Bulos de toda la vida y más allá
Resulta difícil de entender cómo un partido que se dice defensor de España puede proponer un programa repleto de medidas abiertamente contrarias a la Constitución
«En tiempos de sandías y melones, ni homilías ni sermones», reza el refrán. Así que, aunque me tiente la actualidad política que nos satura ... estos días estivos por culpa de estas impertinentes elecciones adelantadas –impertinentes por la fecha de su celebración y por la coincidencia con la presidencia europea–, voy a tratar de resistirme a abordar en esta columna cuestiones políticas de difícil digestión. Y eso que como constitucionalista me he sentido especialmente interpelado por el programa de Vox recientemente presentado. Resulta difícil de entender cómo un partido que se dice defensor de España puede proponer un programa repleto de medidas (centralismo unitario, ilegalización de partidos, nacionalismo de corte españolista...) abiertamente contrarias a la letra de la Constitución de 1978, a la realidad plural y compleja de nuestro país, a la integración europea y al espíritu de cualquier democracia liberal. Por no hablar de prácticas esperpénticas como la del concejal de Vox en un municipio de Castellón que, no contento con cancelar la suscripción a unas revistas catalanas, se personó en la biblioteca municipal para retirarlas, en una escena más propia de una película de Berlanga que de una democracia europea del siglo XXI. De los excesos populistas de los 'hunos' parece que el péndulo se mueve hacia el extremo iliberal de los otros. Un «mal sueño de una noche de verano», como ha descrito mi querida colega Ana Carmona.
Pero, como digo, dejemos por ahora la poco edificante política española para abordar una cuestión que no nos provoque tanta calentura. Y fue precisamente en el primer encierro de mi pueblo, Moratalla, que comienzan el 11 de julio, donde me vino la inspiración para esta columna ya veraniega: los bulos de toda la vida. Vivimos en tiempos en los que nos preocupa la desinformación y las campañas digitales para difundir en redes sociales 'fake news' (prefiero siempre la traducción castellana como 'paparruchas'), y se nos olvida que los bulos siempre existieron y que, incluso, pueden llegar a formar parte entrañable de nuestra cultura.
Así ocurre en los tradicionales encierros moratalleros donde, desde que tengo uso de razón, la suelta de las reses bravas por el pueblo ha venido acompañada de continuos sobresaltos por culpa de bulos. El boca a boca funciona a la perfección sin necesidad de tuitear cuando se trata de alertar de que «se ha escapado una vaca», provocando pequeñas estampidas de quienes tranquilamente esperan su llegada. Lo he vivido en decenas de ocasiones (también el pasado martes), y caemos siempre. La mayoría de las veces el origen del bulo no es una mentira desnuda, sino una simple deformación o exageración de la realidad: una vaca que ha girado la cabeza dando apariencia de que podía cambiar su rumbo, un desvío ligero de la vereda reconducido prontamente por los caballistas que las guían a destino o, como 'parece' que ocurrió el martes, un par de cabestros desnortados. Escribo 'parece' porque es difícil de confirmar lo que ocurrió realmente. En un par de ocasiones el aviso fue cierto. Una nos salvaron un par de chavales en moto que, cual mercurio alado, se adelantaron a la vaca fugada avisando para que nos guareciéramos a tiempo, y en otra fue la megafonía municipal la que previno al pueblo alertando de que había un toro escapado.
Ahora bien, más allá de los bulos de toda la vida, es verdad que los tiempos digitales nos sitúan ante desafíos formidables. Entre otros, hoy día la tecnología nos permite con bastante facilidad manipular imágenes y sonido, con herramientas de inteligencia artificial conocidas como 'deep fakes' con las que se crean fotos y vídeos aparentemente reales que pueden resultar muy comprometidos. Su uso se ha extendido, por ejemplo, para fabricar vídeos pornográficos con celebridades o para manipular discursos políticos. Asimismo, sabemos que las redes sociales tienen filtros con los que sesgan la información que llega a los usuarios, sirviendo en muchos casos de cajas de resonancia que amplifican bulos que pueden ser promovidos por robots creados para intoxicar la opinión pública.
Todo ello revela por qué, antes y aún más ahora, necesitamos disponer de canales de información fiables y de una ciudadanía con suficiente juicio crítico para discernir. A mis alumnos siempre les invito a que su primera aproximación cuando vean o escuchen algo sea dudar, especialmente en redes sociales, y a que contrasten la información en fuentes rigurosas. De ahí la importancia del periodismo. Buen verano.
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