España invertebrada

Primero de Derecho ·

En 1921, Ortega publicó su ensayo 'España invertebrada' en el que advertía cómo regionalismos y separatismo habían hecho que avanzara en nuestro país un proceso ... de desintegración desde la periferia al centro. Pues bien, en estas cuatro décadas de experiencia democrática, parece que no hemos sido capaces de frenar ese proceso consolidando un proyecto nacional como país. Dos derivas creo que han contribuido a ello: una centrífuga, de signo identitario, la más grave por sus efectos disolutivos; y otra centrípeta, que conviene no descuidar, ya que, a mi juicio, ha llevado a no atender adecuadamente la cohesión territorial.

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La primera deriva trae causa del dominio del relato de los partidos nacionalistas periféricos y de la abdicación de los partidos nacionales en la promoción de lo común. En concreto, los partidos nacionalistas han garantizado la estabilidad a los gobiernos nacionales, de un signo político u otro, al caro precio de que se les permitiera el desmantelamiento del Estado en sus territorios y de que se les diera barra libre para desarrollar políticas identitarias, excluyentes y con marcado acento anti-español, en aspectos clave como la educación o la lengua. Tampoco ha ayudado que el resto de autonomías hayan mimetizado, en mayor o menor medida, esta línea de espiritualización regionalista. Al mismo tiempo, el ideal nacional español venía identificándose torticeramente con el nacionalcatolicismo franquista. Así, se ha impuesto una política de taifas disolutiva, de particularismos cantonales, descuidando aquello que nos une. De ahí que, aunque el Estado haya demostrado su fortaleza al parar la insurgencia en Cataluña de 2017, sin embargo hay que reconocer que tenemos una nación débil que necesitamos reforzar con determinación.

La segunda deriva, de signo opuesto, a mi entender también ha minado la integración nacional. Madrid es capital del Reino y lo demás, como he señalado, son taifas regionales. Se ha descuidado la vertebración de España más allá de su interconexión con Madrid. La red ferroviara es quizá uno de los mejores ejemplos. Pero no es solo cuestión de infraestructuras. La perpetuación de una España vaciada; la concentración institucional de Madrid; o la mirada centralista de las élites nacionales radicadas en la capital, son ejemplos de la falta de una cultura auténticamente federal vertebradora del país.

Por ello, me preocupa que el Gobierno de la Nación repita errores del pasado, ahora que pretende abrir un proceso de diálogo con los nacionalistas. En mi opinión, más allá de distender la situación catalana, lo que se necesita para afrontar la cuestión territorial es una estrategia de Estado para cohesionar España. Una estrategia que reclama, por un lado, un diseño de políticas económicas, sociales e institucionales que, aún reconociendo el valor de tener una gran capital, superen ese madridcentrismo. Desde medidas simbólicas como reubicar algunas instituciones, a priorizar infraestructuras periféricas y planes para revitalizar las áreas ahora más deprimidas.

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Y, sobre todo, es imprescindible que los principales partidos, y especialmente el PSOE, se comprometan en un proyecto de construcción de nuestra identidad nacional. Su fundamento deber partir del reconocimiento de los valores democráticos que compartimos. Los cuales, además, permiten abrirnos en un ideal cosmopolita que se plasma en la integración europea. Pero este proyecto nacional debe cuidar también de manera muy particular la dimensión cultural. Debemos reivindicar nuestra historia, nuestra lengua y nuestra cultura común, sin caer en caricaturas rancias de esencias patrias, como algunos pretenden. Y sin desdoro de apreciar que la nuestra es una nación plural, y que tan español es Cervantes y su Quijote como Martorell y el Tirant lo Blanch. Algo que exige reformas institucionales para integrar esa pluralidad políticamente, pero también para salvaguardar el interés general. Y, especialmente, hoy son necesarias políticas públicas que, reitero, promuevan lo común y hagan de la diversidad riqueza en lugar de justificar barreras. Una política educativa que garantice que la literatura, la geografía y la historia de España, que trascienden pero incluyen la diversidad castellana, catalana, andaluza, galaica, vasca..., ocupan un puesto destacado en el currículum educativo de cualquier comunidad; una ley de lenguas que ampare el español y que integre el resto de lenguas cooficiales; o proyectos que permitan la movilidad de los jóvenes por nuestro país.

Si el lema nacional estadounidense fue 'E pluribus unum' (de muchos, uno), o el de la Unión Europea 'In varietate concordia' (unidos en la diversidad), el nuestro podría ser 'una pluralis, in commune fortis et in varietate dives' (una –España– plural, fuerte en lo común y rica en la diversidad).

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