Derechos digitales
Primero de Derecho ·
El debate tiene que ser más profundo y exige una reflexión social y políticaInternet ha supuesto una auténtica revolución global. Es mucho más que un medio de comunicación. Es un nuevo espacio, el virtual, el cual está ya tan integrado con el analógico que se hace difícil distinguirlos. Los más jóvenes, que ya han nacido en este mundo híbrido, siquiera pueden imaginar un mundo 100% analógico.
Cuando internet daba sus primeros pasos, se llegó a pensar que el nuevo espacio virtual iba a ser el paraíso donde se realizaría la libertad anárquica: «Gobiernos del Mundo Industrial, vosotros, cansados gigantes de carne y acero, vengo del Ciberespacio, el nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, os pido en el pasado que nos dejéis en paz. No sois bienvenidos entre nosotros». Así comenzaba la declaración de independencia del ciberespacio, que J. P. Barlow presentó en Davos en 1996. Y concluía: «Crearemos una civilización de la Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes».
Varias décadas después vemos cómo este espacio se ha convertido en una selva dominada, más que por los gobiernos, por poderes privados globales, los 'Señores de internet', que construyen el espacio en el que nos desenvolvemos los ciudadanos. Ellos ejercen su jurisdicción en sus dominios, deciden lo que puede hacerse o decirse y lo que no, y al diseñar su arquitectura, cada red social, cada buscador o cada servicio de correo electrónico lo hacen siguiendo la lógica de maximizar sus intereses. Unos intereses que normalmente tienen poco de altruista y mucho de lucrativo en un nuevo modelo de negocio aparentemente gratuito para el usuario pero en el que, en realidad, somos el producto con el que se comercia. Se advierte así la precariedad de la libertad en ese estado de naturaleza original en el que todavía hoy se desenvuelve internet a pesar de las regulaciones que intentan imponer los países. Un estado más parecido al dibujo que realizara Thomas Hobbes en su 'Leviatán', donde se vivía con temor e inseguridad, que a la cooperación y razonable convivencia con la que Locke describió el estado natural.
En cualquier caso, la respuesta para salir de ese estado natural tiene que venir de las enseñanzas de Locke. Hoy es evidente la necesidad de un contrato social orientado a la mejor protección de nuestros derechos en el espacio digital. Necesitamos de un gobierno, de unas instituciones capaces de hacer valer nuestros derechos y de generar un orden jurídico.
La realidad, sin embargo, hace caer el velo de ingenuidad de esta apuesta con vocación esencialmente cosmopolita que reclama un acuerdo global hoy día difícilmente articulable. Los avances que puedan hacer organizaciones internacionales como la ONU a este respecto son limitados y chocan con la realidad de que no todos los gobiernos están comprometidos con los valores democráticos que deberían regir ese pacto. De hecho, allí donde hay gobiernos autoritarios, estos tratan de aprovecharse de las nuevas tecnologías para controlar aún más y reforzar sus poderes, al tiempo que logran acuerdos con esos 'Señores de internet' para que en su territorio internet no pueda disfrutarse como un espacio de libertad. Mientras, en los países democráticos el debate se centra en cómo 'traducir' nuestros derechos y libertades al mundo digital y cómo dotar al mismo de un orden de libertad pero también seguro entre las muchas amenazas que se presentan.
Y, a este respecto, en Europa vivimos un entorno privilegiado. En concreto, en nuestro país hace unas semanas se sometía a consulta pública un proyecto de Carta de Derechos Digitales. Ciertamente, es necesario repensar las garantías de algunos derechos –por ejemplo, la censura en internet tiene poco que ver con la censura clásica de la prensa–; surgirán nuevos derechos –el derecho a la intimidad tuvo un hijo, la protección de datos, y el honor otro, el derecho al olvido–. Por poner unos ejemplos. Estoy seguro de que las futuras constituciones incluirán muchos de ellos y, por el momento, la jurisprudencia ha ido actualizando los derechos tradicionales.
Aún así, el debate tiene que ser más profundo y exige una reflexión social y política sobre ese nuevo capitalismo global de los datos personales, sobre unas redes sociales que capturan la atención y nos convierten en nuevos ludópatas, y, muy importante, sobre el pluralismo y la libertad, si queremos que internet siga siendo una 'ciudad abierta', aunque ello comporte soportar basura. El documental 'The Social Dilemma' es un buen punto de partida para ese debate. Lo recomiendo.