El paso del tiempo
ARTÍCULOS DE OCASIÓN ·
La atención por lo aparentemente superfluo es lo más importante que podemos hacer para potenciar nuestras necesidades más profundasDespués de tantos años vividos se ha activado en mí una nueva inquietud que me impele a escribir sobre el paso del tiempo como una ... nueva obligación de recordar, no por vano afán de autocomplacencia, sino con la esperanza de que las experiencias personales narradas puedan ser de utilidad a alguien.
Vistos con la perspectiva del tiempo mis dos últimos libros publicados ('Los Hilos de la Memoria' y 'Breviario de Supervivencia'), constato en ellos cómo se ha ido remodelando todo mi pensamiento, la forma de entender la vida y hasta los contenidos de estos artículos de ocasión. Como además he tenido la oportunidad de verle las orejas al lobo con graves contratiempos de salud, he aprendido ahora que lo más importante no es morir por las ideas, ni los engañosos eslóganes de la pocilga, ni perder el tiempo escribiendo vacuos artículos políticos, sino más bien retroceder unos pasos para tomar distancia de todo lo que ocurre en la artificiosa y estéril política de hoy, exponiendo alternativamente reflexiones emocionales desde la biografía de una vida hecha. Ahora escribo sobre el paso del tiempo porque sé de lo que hablo y conozco de primera mano, ya que lo he vivido, sufrido o gozado personalmente.
Así voy relativizando el paso del tiempo y alimento una nueva vitalidad mental que me permite apreciar el excepcional valor de las cosas pequeñas y su disfrute, atrapándolas como nos recomienda Horacio, no dejándolas para más tarde; dándole prioridad al humanismo frente a cualquier otra opción posible y de vez en cuando escuchar el trino de ruiseñores y 'merlas' en esos recónditos rincones que ellos y yo conocemos; también le exijo al tiempo meteorológico que vaya más rápido y se estabilice, para que mi amigo Martín Jodar y yo podamos reanudar la navegación nocturna en su pequeño barco, sobresaltándonos con las inesperadas estrellas fugaces desprendidas de la bóveda celeste en ese otro mar de estrellas que nos integra dentro del esplendoroso firmamento.
Parecen cosas pequeñas o de soñadores estas que les digo y, sin embargo, es en ellas donde se contiene la norma de vida fundamentada en el pensamiento horaciano. Lo veo claro ahora desde el horizonte personal abreviado de mi futuro menguante. Llevo años entrenándome para vencer a la vejez vistiéndola de dignidad. Empecé por borrar esa palabra de mi vocabulario. La llamaba abstractamente paso del tiempo, madurez o hacerse mayor y estaba en lo cierto. Después escribí esos dos libros y sigo practicando las reflexiones y experiencias narradas para mantenerme alejado de la vejez, pero sí ha llegado la vejez corporal y debo aceptarlo con naturalidad.
Me dijo Marco Aurelio: «Todo tu ser se reduce a esto: el espíritu, la facultad rectora o 'animus vivendi' y la carne». Cultivé las dos primeras, pero nunca pude controlar a la tercera, la carne corporal, porque el cuerpo me es ajeno y anda a su aire con enfermedades y contratiempos.
El paso del tiempo será el culpable de todos nuestros males cuando decida anidar en el interior de nuestro cuerpo, convirtiéndose así en el verdadero enemigo que estudiará el instante adecuado por donde debe atacar a los distintos órganos corporales para jodernos al máximo. Llegado ese momento se dará cuenta de que envejecemos, que se nos han debilitado las defensas, y nos atacará sin piedad en todos los frentes. Habrá triunfado el paso del tiempo travestido de vejez. Se acabó la fiesta.
Esta apreciación mía desvela el papel de lacayo interpretado por el paso del tiempo puesto al servicio de las Moiras y Parcas, que, en la mitología grecolatina, constituían la trinidad reguladora de la vida y la muerte de cada mortal. Él será el colaborador necesario causante del daño infligido con las enfermedades transmitidas al cuerpo humano, ejerciendo ese ensañamiento culpable, solo porque se ha hecho viejo. Yo le acuso de ser el causante de ese daño innecesario que nos inflige a todos en la fase final de nuestra vida.
Por lo demás, personalmente, no tengo ninguna otra queja sobre su conducta, muy al contrario, porque estoy viviendo mi atardecer con gratitud y serenidad. Ni tampoco lo hago culpable de los males de la Humanidad, porque en definitiva el paso del tiempo no es otra cosa que el discurrir de la vida misma abarcando los tres actos extremos de la existencia: nacer, vivir y morir. Por eso doy preeminencia a las ganas de vivir, al 'animus vivendi' y he levantado un fortín dándole prioridad a las cosas que otros consideran superfluas o secundarias.
En estos tiempos de desconcierto y temor al futuro, la atención por lo aparentemente superfluo es lo más importante que podemos hacer para potenciar nuestras necesidades más profundas. Contemplar un paisaje; disfrutar de un ramalazo de paz; escuchar los razonamientos de un niño; servir a los demás; saborear la lujuriosa carnosidad vegetal de los primeros albaricoques; escuchar a media tarde los mejores boleros de Plácido Domingo, Lucho Gatica y los Panchos, o los pasodobles interpretados por la Orquesta y Coros de 'Voces para la Paz', o cualquier Banda de Música de pueblo; contemplar el mar o perderte en los bosques de Sierra Espuña de vez en cuando.
Como ven, lo más importante para mí ahora es ver el tiempo pasar, pero además quisiera hacer algo importante como viejo activo y vital, igual que aquellos otros viejos gloriosos. Beethoven componiendo su 'Gran Fuga'; Monet pitando sus mejores cuadros; Goya retratándose a sí mismo muy viejo y casi moribundo; Rembrandt burlándose de su propia maestría; o Verdi componiendo su mejor ópera a los 87 años. En definitiva, aún sigo creyendo que no se trata de que seamos jóvenes o viejos, sino de lo que unos y otros hemos hecho con el paso del tiempo, largo o corto, que nos ha tocado vivir.
Perdonen ustedes. Mi mayordomo inglés me dice respetuosamente: «Milord, ha llegado la primavera». Dígale que pase sin demora, Charlie, le respondo.
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