Parole, parole, parole...

NADA ES LO QUE PARECE ·

A las puertas del año 2022, la palabra 'sostenibilidad' parece llevarse la palma. Lo que no es 'sostenible' no tiene futuro

Viernes, 10 de diciembre 2021, 02:04

El lenguaje nunca dejará de sorprendernos. A veces se goza más con una palabra, con una simple expresión, que con una excelente obra literaria, un ... buen cuadro o una película maravillosa. Me gusta, sobre todo, cómo los periodistas deportivos, que siempre han tenido fama de tratar el diccionario a patadas, inventan vocablos y descubren atrevidas y sorprendentes metáforas que ni siquiera don Luis de Góngora, con la genialidad de la que siempre hizo gala, fue capaz de idear y plasmar en sus escritos.

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Las palabras –lo dejó escrito Ferdinand de Saussure, el lingüista, filósofo y semiólogo ginebrino–, como los propios seres humanos, nacen, se desarrollan y mueren, sin que sepamos, a ciencia cierta, a qué tipo de cielo se dirigen sus almas. Por su parte, uno de los hermanos Humboldt (creo que fue Wilhem), afirmó, categóricamente, que «el lenguaje no es una obra acabada, sino una actividad». Una especie de corazón solitario con vocación social que nunca deja de latir, incluso más allá de la muerte.

Todo ello lo vengo a decir porque cada palabra tiene su tiempo. O quizá sea justo al revés. Sabemos, por ejemplo, a través de los artículos de Amando de Miguel, que en 2010 las palabras o expresiones más usadas en la prensa diaria, en los periódicos, en la radio y en la televisión, en los programas informativos o en las tertulias de politiqueo, eran 'contundencia', 'mantra', 'agenda', 'irse de rositas' y 'marcar los tiempos', entre otras. Poco tiempo después, en 2016, salieron a relucir, hasta encontrarlas en la sopa, 'algoritmo', 'distopía', que dio lugar a toda una moda en la narrativa de entonces, 'transversalidad' –¡ay, si algo no era transversal estábamos bien jodidos!–, 'empoderamiento' y 'posverdad'.

Mis alumnos, veinteañeros, pero cultos y buenos lectores, cuando leen novelas como 'Entre visillos', de Carmen Martín Gaite, 'Tiempo de silencio', de Luis Martín Santos o 'Últimas tardes con Teresa', de Juan Marsé, no alcanzan a saber el significado de 'picú' (del inglés 'pick-up', tocadiscos) o de 'guateque', aquel fiestorro que, durante los cincuenta y los sesenta, se celebraba en una casa particular, en la que se bailaba y se bebía, sin que nunca se pasara a mayores, ni siquiera al simple 'magreo' –palabra horrible que tanto protagonismo cobró en la España franquista del 'homo salidus'–, que era lo que en el fondo se pretendía.

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Hoy en día, a las puertas del año 2022, la palabra 'sostenibilidad' parece llevarse la palma. Lo que no es 'sostenible' no tiene futuro alguno. Oigo, incluso, hablar de la 'moda sostenible', sin que sepamos a ciencia cierta en qué consiste el malabarismo lingüístico, que, a base de tanto uso y abuso, ha terminado por perder todo su sentido, como un pozo al que le han sacado el agua y ha perdido su transparencia y su azogue. Me inquieta, asimismo, el empleo, una y otra vez, en los comentarios de los partidos de fútbol, del vocablo 'verticalidad' para señalar a aquel jugador creativo que, de manera resuelta, a base de habilidad, encara la portería contraria.

Palabras, en fin, que, como el rayo, aparecen y desaparecen casi súbitamente, dejando en el horizonte su luz fugaz, como si fueran reinas por un día. Y que, en el fondo, no sirven sino para enmascarar la verdad, para dar pábilo al eufemismo y alas a la mentira.

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En la mundialmente popular canción, de principios de los setenta, titulada 'Parole, parole, parole', Alberto Lupo, con su voz grave, preguntaba a Mina (Mina Mazzini, la mejor cantante de raza blanca, según dejó dicho el mismísimo Louis Armstrong) «¿Qué eres?», a lo que la Tigresa de Cremona, un tanto altiva y desengañada, le respondía: «Parole, parole, parole...» (palabras, palabras, palabras).

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