Un Papa nazi en Auschwitz
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Ratzinger será el hombre que intentó asumir el ejercicio de la fe a la razón, como un Santo Tomás moderno, y que luchó contra la pederastia en la IglesiaMi pudor teológico me prohíbe hablar de mi relación con Dios. Sin embargo, no me impide referirme a los hombres. Por lo tanto, no escribo ... este artículo como un creyente conmocionado por la muerte de un papa, sino como un observador interesado en los personajes inteligentes con los que comparto época. Qué duda cabe de que Joseph Ratzinger transitó la senda de la intelectualidad, desde la Filosofía a la Filología, las dos armas que desnudan y explican el mundo. Partiendo del estudio de Dios, logró acercarse a los asuntos humanos, porque nada hay más propio de nuestra especie que la religión. Y sin complejos, dejó una obra espiritual al alcance de muy pocos.
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Reconozco la dificultad de acercarse a la figura de Ratzinger entre el sonido de sables de nuestra contemporaneidad, que persigue cualquier atisbo de excelencia, y mucho más si pertenece a la Iglesia Católica. Vivimos en una época en la que pensar está penado con el escarnio, en la que la cotidianidad se aleja cada vez más de la cultura, sin aspiraciones posibles más allá de discursos repetidos hasta la saciedad y asumidos como verdad oficial. En este siglo, en el que vemos triunfar la mediocridad en todos los ámbitos (también en el eclesiástico), Ratzinger se atrevió a ligar espiritualidad con razón, un ejercicio intelectual sobresaliente y sin embargo tan denostado desde ciertas posturas que aspiran a la razón universal desde las trincheras.
Muchos de estos críticos consideran que la religión es servidumbre y no liberación. No tendría nada que objetar de ellos si el proceso terminase ahí. Pero suele coincidir este anticlericalismo (porque se trata de eso) con una sustitución en toda regla. Es el problema de vaciar de moral nuestros días y abrazar cualquier causa bajo el paradigma del progresismo, sustituir los dioses de la tradición por nuevas fórmulas, que suelen acabar en fracaso y desesperación, carentes de humanidad, tan débiles como el humo entre las manos. Estos nuevos Calvinos hoy desprecian la memoria de un Papa que intentó cambiar la Iglesia con obras, y alaban a otro Papa que se queda en las palabras, pero que no ha movido ni un dedo en diez años de pontificado.
Cuando fue elegido Sumo Pontífice yo estudiaba en el instituto. A esa edad lo anticlerical vende y yo estuve dispuesto a aportar mi espíritu jacobino. Seguí con pasión el ritual de la muerte de Juan Pablo II y el cónclave que convirtió a Ratzinger en Benedicto XVI. Yo, por supuesto, nada sabía de ese cardenal alemán, pero muchos diarios se encargaron de relacionarlo con las Juventudes Hitlerianas. Un papa nazi, leí en aquellos días con absoluta indignación. Esas mismas cabeceras estuvieron a punto de imputarle al nuevo Pontífice la quema de Giordano Bruno en Campo de'Fiori, si le hubiesen dado carrete al periodista. Una lectura más profunda del hecho demostró que cuando la guerra empezó, el joven Ratzinger contaba con 12 años de edad y que lo que titulaban como filiación guerrera fue en realidad un reclutamiento masivo de jóvenes alemanes en los últimos estertores de la guerra. Curiosamente, con el escritor Günter Grass no hubo polémica y esos mismos periodistas se encargaron de salvarlo.
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Pero la fórmula de la calumnia tuvo éxito. Tanto que esos diarios repitieron el titular horas después de su muerte, con el cadáver aún caliente y expuesto en una capilla ardiente poco digna para alguien que soportó el mismo peso que San Pedro. Entre una noticia y otra (la misma, en realidad) hay veinte años de diferencia y la oportunidad de madurar y formarse. Por supuesto que yo no soy el mismo que tragaba con los titulares que leía en los periódicos de referencia. A la muerte del Pontífice ya había estudiado las cartas entre Ellacuría y Ratzinger, en aquel momento Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un ejercicio intelectual supino en forma de epístolas donde se dirimían dos formas diferentes de entender la Iglesia.
Cada uno guardará en su memoria el legado correspondiente de su figura. La mayoría, tal vez, se queden en el titular nazificado. Para mí, Ratzinger será el hombre que intentó asumir el ejercicio de la fe a la razón, como un Santo Tomás moderno. El Papa que luchó contra la pederastia en la Iglesia, que no ocultó el cáncer que la corroe e intentó reparar la dignidad de las víctimas. También, Ratzinger quedará como el líder espiritual que alertó de la yihad, de los extremismos religiosos (él, que era el padre de una religión) en un tiempo en el que los ataques terroristas asolan Europa, a veces con la complacencia de los propios europeos. Recordaré al orador que en el Bundestag habló de las raíces de Europa. «Jerusalén, Atenas y Roma», los tres pilares de Occidente, tan amenazados hoy en día por el relativismo cultural. Pero sobre todo, para mí Ratzinger es ese humilde cristiano que visitó Auschwitz y le preguntó a Dios por qué había tolerado el exterminio de seis millones de judíos. Judíos como lo fue Cristo.
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