Pan para hoy
Esperemos que sean erróneos los vaticinios alertando sobre complicaciones para garantizar un adecuado suministro de alimentos
Ojalá las predicciones no se cumplan. Esperemos que sean erróneos los vaticinios recurrentes estos días, alertando sobre posibles complicaciones para garantizar un adecuado suministro de ... alimentos. Una contingencia que ni de lejos se podía intuir, no formaba parte de los desvelos e inquietudes vitales, ante la disponibilidad creciente de productos, variada y abundante. Inmersos en un contexto de seguridad en las últimas décadas, a lomos de una acostumbrada naturalidad, barruntar posibles carencias causa preocupante desasosiego social. Llegar a situaciones de desabastecimiento sería algo inimaginable, al menos en nuestro entorno occidental –cuestiones por completo diferentes son penosas situaciones de penuria para su adquisición–, cada vez más alejada la perspectiva sombría de las privaciones sufridas por nuestras generaciones precedentes, en un tiempo no tan lejano, del que cada vez van quedando menos testigos para dar fe de semejante época de privaciones extremas.
Procurarse el sustento ha sido la preocupación elemental, cotidiana, de la humanidad. Alrededor de la obtención de alimentos giran una inmensa mayoría de aspectos de la actividad humana, en una labor en progreso constante, imprescindible para alimentar de manera adecuada, a diario, a los millones de habitantes del planeta, desde los albores de la humanidad. Sus consecuencias influyen de manera decisiva sobre el entorno que nos rodea, al igual que determinan las condiciones de vida económicas, laborales y sociales de la población. Así como la adecuada forma de nutrición es la clave de bóveda sobre la que se sustenta la salud del cuerpo, preocupante es su cara opuesta, por la epidemia de obesidad galopante que nos ocupa, como evidencia cualquier paseo por calles y plazas de nuestro medio, en esta extraña y paradójica situación en la que, ahítos de comer, hay tendencias en auge hacia la búsqueda –incluso compulsiva– tanto de 'alimentos saludables' como de dietas milagrosas. Como señala Massimo Montanari en 'El hambre y la abundancia', en nuestra cultura «vivimos una época en la que el miedo al exceso ha reemplazado al miedo al hambre. Todavía está por establecer una relación cordial y consciente con la comida, precisamente ahora que la abundancia nos permitiría hacerlo con más serenidad que en el pasado».
Por trivial que resulte afirmarlo, cuanto atañe a la comida concita un interés inusitado en la comunidad. En esta época en la que se suceden mensajes sin descanso, su relevancia no decae como fenómeno social por antonomasia. Se suceden jornadas, ferias, muestrarios, exhibiciones, simposios, mesas redondas, congresos con importante repercusión popular. Las informaciones copan páginas de periódicos, revistas con recetarios, programas de televisión y cadenas temáticas dedicadas en exclusiva a este fin. Los establecimientos culinarios, restaurantes y locales de toda clase de comida –rayanos en no pocos casos en la sofisticación– proliferan sin mesura. Como notoria por curiosa es la gradual afición infantil. Desde la más tierna edad, una parte destacada aspira a sus pinitos en la cocina y, si es posible, alcanzar con el tiempo el estatus de cocinero de relumbrón. La popularidad de algunos como iconos sociales es evidente. Estrellas aptas para cualquier acontecimiento o iniciativa promocional que se precie, en un rol a la altura, si no más, de las otrora inalcanzables figuras del deporte. Se diría en este universo que estamos instalados en un escalón diferente, superior, opuesto por completo a escaseces y privaciones. Como muestra palmaria, véase para corroborarlo la proliferación continua, diríase casi desmesurada, de grandes superficies comerciales dedicadas a este fin, presentes en número considerable en cualquier barrio de pueblos y ciudades, con independencia de su tamaño. Su frecuentación goza del atractivo popular, lugares habituales de peregrinación que, con su empuje, han barrido entrañables tiendas de barrio, sitios casi mágicos por su oferta variopinta, incluso de géneros inimaginables, en inverosímiles espacios reducidos.
Por trivial que resulte afirmarlo, cuanto atañe a la comida concita un interés inusitado en la comunidad
Esta realidad social, con la comida omnipresente, llama la atención sobremanera a personas maduras, cuando las carencias eran realidad habitual. Todavía recordamos, agradecidos, la ayuda americana en las escuelas públicas. Provistos de un cazo guardábamos cola durante el recreo para recibir un tazón de leche en polvo –una asombrosa novedad– junto a una porción de queso. Suplementos que contribuyeron a mayores cotas de salud infantil, en una sociedad con graves carencias nutricionales. Ahora ha llamado la atención la reciente decisión de multar a los establecimientos que tiren comida a la basura (no sé si esto alcanzará también a los particulares, medida difícil de implementar por, suponemos, inspectores dedicados a tal fin).
Sobre este desperdicio, realidad cotidiana, cabe actuar con aspectos educativos. Surge en la memoria un simbólico acto sencillo, cuando al caer un trozo de pan al suelo, era preceptivo besarlo al recogerlo antes de ingerirlo. Un reflejo asumido con normalidad ahora desaparecido. Y una entrañable metáfora de gratitud.
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