Palabras muertas
Son aquellas que quienes las pronuncian nunca se las aplicarían a sí mismos
A veces las palabras van y se mueren. De repente, dejan de significar, o lo que es peor, la nada que significan esconde algo muy distinto: lo que el hablante piensa pero, por lo que sea, no quiere enseñar. A veces las palabras tardan en morir, desde que nacieron; en otras ocasiones, su muerte sobreviene rápido.
Hay un buen criterio para identificar palabras y expresiones muertas: preguntarse si quienes las pronuncian concebirían la posibilidad de aplicárselas a sí mismos o a los suyos, o si en la práctica dejan patente que su única utilidad es despachárselas a aquellos que no les caen bien, de los que discrepan o a quienes tienen por adversarios. Cuando una palabra o una locución solo es válida desde la beligerancia, empieza a estar perdida.
Veamos si no unos cuantos ejemplos, comenzando por el más insigne de todos: «políticamente correcto». Siempre se le aplica a otro, para acusarlo de tibieza, de lisonjear al poder o de convalidar cualquier forma de dominación ilegítima. Tiene, cómo no, su reverso: «políticamente incorrecto». Dícese de uno mismo –o de sus amigos– para dejar claro lo auténtico, lo rebelde, lo incisivo que uno es, aunque el juicio o la actitud a los que se aplique se exterioricen con riesgo cero, en espera de aplauso y sin consecuencia alguna. No sé ustedes, pero yo hace años que he dejado de prestar atención a quienes mantienen la antigualla de marras como instrumento capital de su arsenal léxico.
Segundo ejemplo: «postureo». Palabra recentísima, más fea que pegarle a un padre, y que ya cuando apareció olía a yerbajo efímero. Como se sabe, es ese exhibicionismo estulto en el que solo incurren los demás, aunque vivamos en un mundo en el que ya nadie, quitando algún anacoreta excéntrico, está exento de la pulsión de dejarse ver y llevar al escaparate todo lo que cree digno de admiración, elogio o envidia de cuanto hace con sus días. Escucharla en labios de quien mantiene a diario una cuenta de Instagram, o cualquier otra herramienta análoga de masaje y restregado del ego, llega a resultar enternecedor.
Tercer y último ejemplo: «piel fina». Dícese de la queja que emite en situaciones de agravio alguien que no nos es simpático. En ese caso, son gajes del oficio y este exige aguantar a pie firme que cualquiera desahogue su derecho al vituperio. Siempre que oigo la expresión, me imagino bajo el fuego al que la dice. Y no, esto no convalida el acoso vacacional a los Iglesias-Montero. Arruinarle el descanso a una familia es inmundo siempre.