Dejé las redes sociales, y muchas cosas más, hace un tiempo. Pero no –ay– las del trabajo. El otro día toqué por error un botón ... de Instagram que no conocía: el de los dichosos 'reels'. Ojalá poder volver atrás. En el tiempo, digo. Para disuadir a la mamá de Hitler, para no firmar aquella hipoteca en 2006 y para seguir sin saber nada de 'reels'. Pero imposible. Habrá que apechugar.
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Un 'reel' es un vídeo corto, vertical, de menos de un minuto, que quitas deslizando el pulgar hacia arriba por la pantalla. Pero ay. Sale otro. Y otro. Y otro. Infinitos. Hay algo en la fugacidad de los 'reels', y en el gustico que da pasarlos con el pulgar, que engancha. ¿Y de qué van, los vídeos esos? Pues mezclete. Primeramente tienes gente buenorrísima, así en general, haciendo cosas ante la cámara. Luego carracos, Lamborghini o superior. Luego destinos de lujo: Bali, Fiyi, islas privadas, resorts de veintinueve estrellas. Unos cuantos gymbros marcando tableta. Cruceros. Y pues ya estaría. A veces aparecen sobreimpresas unas paridas alucinantes, tipo «dentro de ti hay dos lobos, uno quiere saltarse crossfit», etcétera.
Los 'reels' me generan –después de una semana de ver como doce millones de ellos– tanta adicción como ansiedad. Por varios motivos. El primero lo perfecto, guapo, joven y millonario que es todo el mundo, porque las comparaciones son odiosas. El segundo, la competitividad extrema del medio, donde cientos de miles de aspirantes a 'influencer' tienen como quince segundos para seducirte y que los sigas, o caer en el olvido para siempre. El tercero, claro, la absoluta ausencia de conciencia medioambiental. Me dan lipotimias de pensar en cuántos vuelos toma esta panda al año para hacerse el microvídeo con puesta de sol más guai. En unos años estudiaremos con estupefacción lo que poníamos en 'Insta' en la época del desastre climático, y creo que la sensación será como ver pelis en blanco y negro con niños fumando, o como ese juguete de 1950, el Atomic Energy Lab, que venía con isótopos de uranio para experimentar. ¡Brilla en la oscuridad!
Pero hay otro motivo. Mi chaval. Que tiene quince años y está viviendo el curso más largo y difícil de su vida, uno más de ese 25% de adolescentes que toman psicofármacos en nuestro país, un número de la otra epidemia, la que afecta a la salud mental, la que ha hecho aumentar en dos años un 47% los trastornos psíquicos de la zagalada. Que me mira cuando le cuento todo esto de los 'reels' y cuánto me preocupan las repercusiones sobre su estabilidad y se ríe de mí: papa (pronúnciese la primera sílaba tónica), no me seas 'boomer'. Si sigues viéndolos y dando me gusta, al final los 'reels' se adaptan a tus intereses. En un par de semanas dejaré de ver yates y empezaré a ver teóricos marxistas enzarzándose entre sí, me promete. No me lo creo del todo, pero ahí voy.
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¿Qué les pasa a los adolescentes? es una pregunta parecida a '¿qué les pasa a los gorriones?': nadie lo sabe a ciencia cierta, entendemos que debe de haber varias concausas, pero las poblaciones de unos y otros están sufriendo súbitamente una presión brutal (en el caso de los pájaros, hemos perdido al 21% en tan solo una década). Sus ecosistemas son cada vez menos amables. Está claro que el 'shock' de la pandemia, esos largos meses sin relacionarse, han sido un golpe muy duro, pero hay algo más. Para Iris Pérez-Bonaventura, psicóloga clínica en el hospital Parc Taulí de Sabadell y autora de 'Ansiedad. A mí también me pasa' (B de Block, 2022), la presión de la competitividad constante (no solo con las calificaciones o las notas de corte de las universidades, también con la aceptación de las redes o con la viralidad) llena de miedo la vida de los adolescentes. El modelo con que ella ilustra esta tensión es Simone Biles, la mejor atleta del momento que, en Tokyo, priorizó su salud mental y abandonó los Juegos Olímpicos. «Tengo demonios en la cabeza», reconoció Biles. No es la única.
¿Cómo renunciar a competir continuamente? ¿Y a aspirar a una vida tan fastuosa y llena de filtros como la de los 'reels'? ¿Y a la pelea por 'likes', 'followers', 'collabs'? ¿Cómo cambiar de referentes? Le cuento a mi hijo que tengo pocos héroes, pero que uno de ellos es sin duda Jonas Salk. ¿Quién? Jonas Salk, el inventor de la vacuna de la polio, que renunció a patentarla y con ello a hacerse multimillonario con una famosa frase: «No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?». ¿Pero por qué me cuentas todo esto, papa? Porque igual no te sale en TikTok.
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