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Padres sin hijos

NADA ES LO QUE PARECE ·

¿Deberían tener familia los escritores, y en especial aquellos que se dedican profesionalmente a la literatura?

Viernes, 1 de mayo 2020, 01:16

Hace ya casi tres décadas, Enrique Vila-Matas, uno de los novelistas españoles, junto con Javier Marías, mejor considerado en ciertos exquisitos foros de la cultura europea, publicó un libro de cuentos, tan original como casi el resto de su bibliografía, titulado 'Hijos sin hijos'. En él elabora una curiosa teoría de los llamados hijos sin hijos, a los que él define, en plan cortazariano, como aquellos seres «que, en contra de lo que pueda suponerse, no necesitan que nadie los defienda porque, siendo oscuros, la incompetencia no puede hacer blanco de ellos». Son seres que no necesitan ser confortados, que se alimentan de sí mismos, «de forma que –concluye su razonamiento Vila-Matas– no se les puede ayudar sin hacerles daño». Y señala a Kafka, al autor de 'El proceso' y 'La metamorfosis', como el hijo sin hijos por excelencia.

Pero, en esta ocasión, toca escribir sobre padres sin hijos a partir de una polémica, que no ha trascendido en exceso, y de la que no ha llegado la sangre al río, sobre si los artistas, y muy especialmente los escritores, deberían o no tener familia, una esposa y unos hijos pululando por la casa, subiéndose a los sillones, corriendo por las alcobas, en tanto que el novelista o el poeta escribe en su cuarto, intentando aislarse del mundo, concentrarse en su trabajo, escuchar, sin llegar a pronunciarlas, las palabras que plasma sobre el papel en blanco, sobre su portátil, y el sonido tan especial que estas producen, como si acabaran de ser inventadas, sacadas de la nada.

En 'El cielo de Madrid', una de las mejores novelas de Julio Llamazares, el autor de 'La lluvia amarilla', el narrador de esta bien contada historia, Carlos, un pintor que huye del éxito y que trata de encontrarse a sí mismo en su retiro de un pueblo de la sierra madrileña, plantea la eterna paradoja del artista: la imposibilidad de vivir y pintar en paz. Elegir supondría, o bien romper por completo con el arte que practica, o bien convertirse en una especie de lobo solitario, aislado de una sociedad que no tardaría en olvidarlo, en enterrar su nombre y su memoria.

Las respuestas han sido, amén de curiosas, muy heterogéneas y variopintas

Desconozco el nombre –es probable que una frase así pueda deberse a autores tan tajantes y seguros de sí mismos como Gustave Flaubert o Marcel Proust, pero no pondría la mano en el fuego– del que dijo aquello de «o se vive o se escribe», apelando a la completa incompatibilidad de ambos estados. ¿Deberían tener familia los escritores, y en especial aquellos que se dedican profesionalmente a la literatura, ocho horas al día los siete días de la semana, como hacía Vargas Llosa en sus tiempos parisinos? En más de una ocasión, algunos suplementos culturales se han ocupado de este asunto. Y las respuestas han sido, amén de curiosas, muy heterogéneas y variopintas. Un escritor como Galdós, soltero ilustre donde los haya, no habría escrito buena parte de lo que después sacó a la luz si hubiera estado completamente solo en su casa de Madrid. La labor doméstica no le permitía, al parecer, centrarse plenamente en los libros que salían de su pluma. La llegada desde Canarias de dos de sus hermanas fue providencial. A partir de entonces, casa limpia y bien aireada, mesa puesta y silencio sepulcral para que don Benito trabajara a su sabor, sin otra preocupación que insuflarles vida a personajes como Fortunata, Marianela o el entrañable Ramón Villaamil. Me pregunto cómo pudieron sacar adelante novelas como 'Guerra y paz' o 'Los papeles póstumos del club Pickwick' Lev Tólstoi y Charles Dickens, quienes educaron, alimentaron y soportaron a una prole de trece y diez hijos, respectivamente.

Sin niños en la casa, J.R.R. Tolkien, el autor de 'El señor de los anillos', jamás hubiera escrito 'El hobbit', puesto que fueron sus cuatro hijos los que le sirvieron de inspiración y de modelo, aparte de utilizar su lectura para ayudarles a soñar con los angelitos y con Frodo Bolsón cada noche. No hay, sin embargo, que se sepa, estadísticas sobre la cantidad de obras que algunos escritores decidieron dejar en el limbo para centrarse en la labor pedagógica de sus retoños y en disfrutar de la compañía de estos. Esta otra modalidad también merecería una buena novela.

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