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Me parece que en alguna ocasión anterior he mencionado en esta página que en esta piel de toro en la que vivimos, lo peor solemos ... ser los propios españoles. Como colectivo, en nuestra idiosincrasia destacan el cainismo, la envidia y la dejadez. Este cóctel lleva a despreciar lo propio y a olvidar lo que tenemos de meritorio. Y por supuesto, a caer en el papanatismo, adoptando, y adorando, lo foráneo.
Son abundantes los casos de personajes patrios que habiendo realizado importantes contribuciones han caído en el ostracismo más completo. Hace unos días, sentí vergüenza cuando un colega me habló de Domingo de Soto y tuve que hacer pública declaración de que no sabía a quién se refería. Y eso que se trata de alguien que realizó trabajos que abrieron el camino a los que han sido los científicos más conocidos de la historia, como Galileo y Newton. ¿Cómo es posible que nadie me hablara de él durante todos mis estudios de física, ni lo hubiera oído en toda mi carrera?
Por supuesto, me picó la curiosidad y busqué fuentes que me dieran noticia del personaje. Y aquí me tienen compartiéndolo con ustedes para enmendar un poquito el entuerto de mi continuada ignorancia. Domingo de Soto nació en 1494 en Segovia y en su época fue un destacado teólogo, filósofo y jurista de la Escuela de Salamanca, una institución que tuvo una notable influencia en el desarrollo del pensamiento económico, político y científico en la Europa del Renacimiento. También cultivó la faceta de la ciencia natural, descifrando el comportamiento de los cuerpos en movimiento y el concepto de la inercia. A pesar de sus contribuciones, su legado ha sido eclipsado en gran medida por otros pensadores de la época, dejándolo en el olvido. Sin embargo, su trabajo en física y su influencia en la posterior obra de Galileo Galilei deberían merecer un reconocimiento especial.
Domingo de Soto es más conocido por sus contribuciones a la teología y la filosofía, especialmente a través de su obra 'De Justitia et Jure', que se convirtió en una referencia en el estudio de la ley natural y la justicia. Sin embargo, sus aportaciones a la física se han olvidado, a pesar de su gran relevancia. Lo cierto es que Domingo de Soto se adelantó a su tiempo en varios conceptos que luego serían formalizados por Galileo. Analizó y criticó las ideas aristotélicas, abriendo el camino para una comprensión empírica del mundo natural. Una de sus principales contribuciones fue su estudio del movimiento y la caída de los cuerpos, temas que más tarde se convirtieron en el núcleo de la física de Galileo. Argumentó que todos los cuerpos caen a la misma velocidad en ausencia de resistencia, un principio que Galileo demostraría empíricamente décadas después. Este enfoque teórico fue revolucionario para su tiempo, ya que desafiaba la doctrina aristotélica que dominaba la academia medieval. Aunque no realizó experimentos sistemáticos, su capacidad para cuestionar y reformular las ideas establecidas lo posiciona como un precursor intelectual de la revolución científica.
Su figura pone de manifiesto que el progreso es un continuo de muchas aportaciones y que incluso las mayores figuras han bebido de fuentes en las que se han inspirado decisivamente. Lo perturbador, es, sin embargo, que, en el caso de Domingo de Soto, a pesar de sus innovaciones, no haya recibido el reconocimiento que merece en la historia de la ciencia. Por supuesto, la magra bibliografía sobre él proviene de hispanistas extranjeros. Y el interés español por estos aspectos de su figura ha sido casi inexistente.
Si quisiéramos buscar algunas justificaciones a este olvido, más allá de la naturaleza hispana, quizás sean que su obra estuvo centrada sobre todo en el contexto teológico y filosófico, lo que hizo que sus ideas científicas fueran percibidas como secundarias. Y que no llegó a realizar sus propias experimentaciones, lo que limitó el impacto inmediato de sus teorías. La revolución científica posterior, encabezada por figuras enormes, como Galileo y Newton, también contribuyó a eclipsar las contribuciones de pensadores anteriores.
Domingo de Soto fue un precursor de la metodología científica moderna. Reconocer su contribución es esencial para entender la evolución del pensamiento científico y el papel crucial que jugaron sabios españoles de la época en preparar el terreno para la revolución científica. Pero para un país como el nuestro, que ha tardado casi un siglo en decidirse a tener un museo del único premio Nobel, Ramón y Cajal, sería pedir peras al olmo acordarse de alguien que vivió en tiempos ya tan lejanos.
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