Complejos de pobre
En estos tiempos, el ascensor social se parece más a una escalera de incendios, estrecha, empinada y con peligro de caída
De los mensajes que han trascendido en estas últimas semanas entre el presidente del Gobierno y uno de sus exministros, lo que más me llamó ... la atención fue cómo explicaban el comportamiento de uno de sus compañeros de partido por sus «complejos de pobre». Esta expresión suele aludir a actitudes y pensamientos asociados a la pobreza, o a la falta de oportunidades, y que, según una definición comúnmente aceptada, pueden afectar negativamente a la autoestima y el bienestar.
Me sentí inmediatamente identificado. Siempre he tenido la sensación de arrastrar ese complejo, y parte de mi propia maduración personal ha consistido en intentar quitármelo de encima. Por supuesto, sin haberlo conseguido del todo. De niño, en un entorno familiar humilde, ser pobre era lo normal, pero entonces todavía tenía cierto pedigrí. Uno era 'pobre, pero honrado', o 'pobres, pero limpios y aseados'. Es cierto que los comportamientos aprendidos durante la infancia y la primera juventud, en mi caso sin necesidades reales, pero tampoco con lujos, fueron los que forjaron ese complejo.
Es probable que alguno de ustedes también haya sentido la incomodidad de parecer un intruso en un restaurante caro o en un hotel de lujo. O esa duda sutil al asistir a una recepción con cierto estatus o ambiciones. Con los años he frecuentado ambientes supuestamente selectos y he conocido directamente a personas verdaderamente ricas en varios países. Me refiero a esos personajes que aparecen en las listas de las revistas económicas y que cifran su fortuna en miles de millones. Con mi complejo de pobre siempre en alerta, en cada uno de esos encuentros me he fijado en lo que puede hacerles diferentes. Reconozco inteligencia y astucia en muchos de ellos, pero no acabo de ver tantas diferencias que justifiquen semejantes fortunas. Hablo, sobre todo, de los ricos que más me interesan, los que empezaron desde cero y que probablemente tampoco se han librado de su propio complejo de pobre, a pesar de los millones acumulados.
En teoría, vivimos en una sociedad donde el talento y el esfuerzo deberían contar más que el origen
Porque este complejo no se trata a menudo de una cuestión meramente económica, sino de una mochila emocional que se lleva colgada mucho después de haber cambiado de estatus o de situación. Aunque se viva ahora en un barrio de alcurnia y se viaje en primera clase, hay voces internas que siguen preguntando si de verdad hacía falta pagar por eso.
Un estudio sobre el tema publicado en 2022 mostró que las personas criadas en hogares con ingresos bajos tienden a infravalorarse en entornos de éxito. Incluso cuando su trabajo es objetivamente igual al de sus colegas más acomodados, sienten que están ahí por casualidad, o sin merecerlo. Es algo similar al famoso 'síndrome del impostor', pero con una variante, el miedo a parecer pretencioso. El complejo de pobre tiene muchas versiones. Está el síndrome del ahorro perpetuo, que lleva a comparar los precios del café en todos los bares de la zona, aunque podamos permitirnos el más caro. Está también la culpa por disfrutar, que aparece cuando uno se concede un lujo excesivo. Y está, por supuesto, el 'yo no soy de esos', esa especie de alergia a parecer como un nuevo rico, que lleva a elegir siempre lo más austero, incluso si hay margen para más.
Aunque este tipo de complejos pueden parecer hasta graciosos, no lo son tanto cuando interfieren en el reconocimiento del mérito. Porque en teoría, ya saben que sólo en teoría, vivimos en una sociedad donde el talento y el esfuerzo deberían contar más que el origen. Pero en estos tiempos, el ascensor social se parece más a una escalera de incendios, estrecha, empinada y con peligro de caída. Quienes logran subirla arrastrando una infancia sin recursos se enfrentan a un doble reto. No sólo deben demostrar que son tan buenos como los demás, sino que tienen que reconciliarse con su pasado sin avergonzarse de su presente.
Lo cierto es que, a pesar del tono despectivo en esos mensajes, yo veo algunas ventajas al complejo de pobre. Da perspectiva, afina el olfato para detectar el humo de los discursos vacíos, y crea una cierta empatía con los demás. Pero también conviene no dejar que lo condicione todo. Así que si usted, como yo, ha sentido que no encajaba en algún momento, es porque aún lleva algo de historia a sus espaldas, pero también va ahí un radar afinado, una ética sólida y una capacidad de adaptación que a menudo otros no tienen. Su complejo de pobre quizás nunca desaparezca del todo, pero lo cierto es que no importa si lo lleva con ironía, dignidad y humor.
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