La oficina del español libre bien
Voy a sacar con vuestro permiso mi faceta de filólogo, que parece que no somos necesarios, pero sí. Voy a contaros en este artículo cómo ... hace poco más de un siglo monsieur Ferdinand de Saussure modificó para siempre en su Curso de lingüística general nuestra forma de concebir el lenguaje, describiendo la intrincada relación entre significado y significante que cambió para siempre las ciencias de la lengua, un poco a la manera en que Einstein revolucionó las de la física. Las gramáticas y los diccionarios prescriptivos comenzaron su lento declive en favor de los descriptivos, proceso que llevaría a Santa María Moliner a redactar su monumental Diccionario de uso contra la lexicografía de la RAE. En sus propias palabras: «El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad».
No, estoy de coña. El Espejismo de hoy no va de lexicografía ni os quiero perder para siempre. La intro filológica solo me sirve para avisar de que voy a volver a hablar, una vez más, del que creo que es uno de los grandes temazos políticos y sociales de los últimos años: la batalla por la palabra 'libertad'. Redefinir a tu favor la palabra 'libertad' equivale, en términos politológicos, a invadir un país con bien de petróleo, que es algo que, precisamente, siempre suele hacerse en nombre de la 'libertad'. Pero me estoy enredando. Volvamos a la actualidad de estas intensas semanas, porque ha habido novedades en el frente. Sobre todo gracias al activismo LGBTI en el mes del Orgullo, a quienes nunca agradeceremos lo suficiente su arrojo y su imaginación para ponernos delante la pregunta ¿de qué hablamos cuando hablamos de libertad?
¿De qué hablamos cuando hablamos de libertad? Me temo que cada cual de su movida. ¿Qué es todo eso de la libertad? ¿La fiscal? ¿La de tirar para Andorra, o Suiza, o Abu Dhabi a reunirte con tu maletín cuando vienen mal dadas? ¿La de pagar 7 € menos de impuestos al año pero que tu centro de salud cierre en verano? ¿O la de vivir con dignidad una vida diversa en un país que no te agrede ni te margina? Europa le ha mandado estos días un serio aviso a Viktor Orbán, presidente de Hungría, a cuenta de su legislación homófoba: respete la libertad de la población LGBTI o ahí tiene la puerta. No, solo estoy respetando la libertad (de las familias de mi cuerda) de censurar la educación de mi país, ha replicado Orbán sin mucho éxito. Qué pena oírle el mismo argumentario fanático a López Miras este miércoles, en el Debate del Estado de la Región, para justificar el pin neanderthal que le impone su VOXejera de Educación. Está muy bien que la extrema derecha se desplome en Francia o en Alemania –gracias a los cordones sanitarios–, o que se vea humillada en la Unión Europea, pero estaría mejor que dejasen de condicionar las políticas públicas allí donde aún no gobiernan.
¿Qué libertad te gusta? ¿La de la zagalada bien que se va de fiestón etilicovid a Mallorca? ¿O la de los dirigentes catalanes indultados? ¿La libertad de Juana Rivas o la de ese familiar de Teodoro García Egea a operarse rapidito? ¿La de Pablo Hasel, el rapero deslenguado, o la de Rocío Monasterio, la falsificadora burda? ¿La de la gente trans o la del rey emérito? Te veo venir: a ti la libertad que te mola es la de tu panda y tu oficina la del Español Libre Bien. Pero entonces, ¿no podrías dejar el significante en paz? Uno enchufa el debate político estos días y no salen más que terroristas lingüísticos, personajes hiperventilados sin pajolera idea de quién era Saussure profiriendo desaforadamente que vivimos en una dictadura, a la sazón socialcomunista, que colinda con las distopías de Orwell y la Corea del Norte de Kim Jong-un. Felones, traidores, golpistas, separatistas, guerracivilistas everywhere. Tras los atentados semánticos de cada sesión quedan restos: micrófonos calentitos, empapados de saliva, y una palabra de siete letras que cada vez se parece más a ese calcetín sucio que guardan los adolescentes al fondo del cajón. Y bueno, yo entiendo que hay que vender. Motos, clicks, relatos, recogidas de firmas, tarjetas de fidelización, banderas, megustas. Pero la intensidad del espectáculo lexicográfico y político contrasta con una población ya un poco cansada de circos lingüísticos y patrias rotas, porque su libertad (en minúscula) depende más de humildes prosaísmos: poder ir por la calle sin miedo y con la cabeza alta –sea cual sea la identidad de género o el origen–, tener trabajo, acceso a la vivienda, servicios públicos dignos y seguridad para vivir en paz. Pero de todo esto no se ocupa la Oficina del Español Libre Bien. Ni sus cinco mil micrófonos.
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