¿Cuánto odio nos cabe dentro?
En un tiempo muy corto la forma de acosar se ha perfeccionado y ha incorporado a millones de personas sin nada mejor que hacer
Hace días he asistido a un linchamiento. Lo ha sufrido una amiga muy querida y compañera de trabajo. Todo empezó por un éxito suyo del ... que se quiso aprovechar una persona sin escrúpulos. Para ello el agresor se autovictimizó (mi amiga es blanca heterosexual, él negro transexual) y lanzó un ejército de odiadores en redes contra ella. Lo que pretendía era quedarse con su éxito y lo consiguió. Sin escrúpulos ni mesura, sin pensar que estaba dañando a una persona buena. La impotencia al asistir a algo así es feroz. En un tiempo muy corto la forma de acosar se ha perfeccionado y ha incorporado a millones de personas sin nada mejor que hacer. Les da igual destruir un ser humano, lo hacen a distancia mientras comen Cheetos o se masturban con Pornotube.
Vivimos en la amenaza del apocalipsis nuclear, pero viendo la proporción de malos que hay en redes puede que no sea algo negativo. Bromeaba, los malos son mucho menos que los buenos, pero el odio que siembran es desolador.
No toda la violencia en redes es odio, de hecho una vez tuve una pelea muy aparatosa con mi hasta entonces amigo Jam Albarracín y aprendí que aún no hemos entendido del todo el daño que hacen las redes. Ambos, que no nos odiábamos, nos convertimos en fieras sin pensar que nos veía todo el mundo. Después supe que había gente que enviaba por WhatsApp pantallazos de la bronca, incluso puede que haya algún enfermo por ahí que lo guarde pensando que le puede venir bien para hacer daño en el momento oportuno. Son niveles y formas distintas del mal, maneras sofisticadas que yo descubrí divertido porque, francamente, me importa un bledo, pero hay gente frágil, como nuestros hijos, que están en medio de este huracán digital sobre el que recibimos advertencias todo el tiempo, aunque no lleguemos a percibirlas en toda su miseria. A la manera de 'Stranger Things', hay un 'upside down', un mundo negro y corrompido que, si nos toca, nos convierte en parte de él porque el odio es algo muy bien hecho. Es fácil caer en él a través de la ira o el resentimiento, la envidia o la simple y banal maldad. Es muy importante que detectemos si nuestros hijos están padeciendo algo así. Una de las cosas más importantes que tenemos entre manos.
En todo esto hay una consideración y es que los odiadores se suelen amparar en la masa y aquí vuelvo a 'Stranger Things' (la serie favorita en casa) para entender la masa como ese cuerpo amorfo interconectado y global que se estructura para destruir. Hace unos años escribía en un medio muy significado políticamente y cada artículo conllevaba un río de odio en forma de mensajes insultantes y amenazantes. Me decían de todo, así que ya solo me interesa cuando me lanzan un insulto novedoso. Normalmente te das cuenta de que te insultan a ti como insultarán inmediatamente después a otro que escribe contra los toros. Hay una despersonalización en todo esto similar al inicio de las guerras con armas de fuego. No es lo mismo matar a alguien lejano, algo así como los puntitos de 'El tercer hombre', que atravesar a alguien como tú con una espada. La distancia es la que dan las redes y su anonimato es un agradable y cálido entorno desde el que curar las propias frustraciones. La masa protege a los cobardes que nunca se atreverán a dar la cara cuando hacen daño, el anonimato y la distancia hacen el resto.
En todo esto hay algo que me cuesta trabajo entender. No siento odio normalmente, pero nadie está exento del todo de ese sentimiento devorador. Cuando pienso en las personas que he odiado me salen solo dos y en ambos casos me hicieron daño. Odiar a quien no conoces es algo raro. Te puede caer mal pero el odio es un sentimiento muy intenso que exige dedicación y sufrimiento, quien odia lo pasa mal. No he sentido ese odio de quien no me conoce frecuentemente más allá de esos 'haters' que te insultan porque has defendido el feminismo en un artículo. Una vez sí sentí algo así. Un señor con el que apenas he cruzado unas palabras en mi vida escribió un 'post' contra mí a cuenta de un artículo sobre el Museo Ramón Gaya. En cada línea había un odio perfectamente perceptible, una especie de ira que no se intentaba disimular. Lo descubrí hace un mes por un amigo y al leerlo llevaba ya mucho tiempo circulando. No había nada denunciable, en realidad me pareció interesante. No el contenido, sino el estado emocional que transmitía.
Cada uno tiene un defecto y yo una colección esplendorosa de ellos. No podemos gestionar lo que proyectamos en los demás totalmente. En mi caso es que me da igual. Sin embargo sé algo que sí me importa, y es que vivir con el odio dentro nos vuelve menos inteligentes, más torpes y desagradables. Y un consejo. Nunca alimentéis al troll. Si sufrís acoso en redes denunciad a la policía, si padecéis una campaña de odio pensad que siempre pasa y dura poco. Si odiáis a alguien, meditad si no habéis catalogado mal vuestras emociones, quizá lo que sintáis sea solo envidia o resentimiento. Se cura trabajando por ser mejor, no insultando ni agrediendo a nadie en redes.
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