Busquen en Google 'Caminante sobre un mar de nubes' y cuando lo tengan delante hagan sonar a todo volumen la 'Fantasía del Caminante Op.15 ( ... D.760) en Do Mayor para Piano' que Franz Schubert compuso en cuatro movimientos encadenados tan solo cuatro años más tarde. Hoy quiero hablarles de un pintor de cielos tormentosos y nieblas matinales, una isla que me espera y un mar sin peces ni algas. También de los románticos.
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Mientras me leen, por favor, no pierdan de vista a ese personaje que confío han encontrado en internet de pelo rojo alborotado, encaramado bastón en mano a uno de los torreones de arenisca que emergen como atolones en medio de un paisaje tan extraordinario y al que Caspar David Friedich pintó en su contemplación de lo infinito e ilimitado. Para el Romanticismo, también para el autor de este óleo sobre tela que guarda el Museo Kunsthalle de Alemania y que me encanta, lo sublime o inefable era una cualidad de la naturaleza inspiradora, también implacable, terrorífica y excesiva para ser aprehendida por un simple humano. Volvamos al cuadro y a su autor y ojalá que Schubert siga sonando con esa pieza que les recomendé y que recorre los registros más variados de la existencia humana. Pensaba Friedich que el artista debía pintar no solo lo que encuentra frente a él sino también lo que ve en su interior. Me pregunto entonces si las montañas, las rocas y las nubes que ese caballero exquisitamente vestido de negro, que podría ser cualquiera de nosotros por eso lo pintó de espaldas, tiene delante sean solo eso, montañas, rocas, nubes, o una expresión de la profunda espiritualidad mundana.
Dijo Kant que lo sublime conmueve y lo bello encanta. Friedich buscó mares de nubes en Sajonia y los pintó bellísimos en este cuadro del que seguro ya se han enamorado. Los oleajes brumosos yo quiero encontrarlos en La Palma donde he leído que los vientos alisios empujan las nubes contra las cumbres y otros más secos y cálidos las impiden subir, disgregándose en forma de cascadas. Con la Isla Bonita hace tiempo tengo pendiente una visita porque aquí donde vivo hay mar, pero no de nubes, también un faro al que esta mañana he vuelto a llegar caminando. Amanecía y las chillonas gaviotas revoloteaban agitadas. Parada en lo alto del acantilado, de frente al Mediterráneo y de espaldas al resto del mundo como el elegante hombre del cuadro mientras sonaba en mi móvil la 'Fantasía del Caminante', he recordado a Víctor Hugo en 'Los Miserables': «Hay un espectáculo más grande que el del mar y es el del cielo; hay un espectáculo más grande que el del cielo y es lo interior del alma».
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