Hace un tiempo, fuimos invitados David Zaplana (con quien escribo a cuatro manos) y yo a un club de lectura de novela negra. Era un ... club de lectura emplazado en un histórico edificio murciano. Nos imaginamos debatiendo con intelectuales con gafas de pasta y bolsillos llenos de notas.
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Quienes nos recibieron, o nos ignoraron al principio, parecían miembros del tribunal de la Inquisición. Eran un grupo de mujeres y hombres que nos doblaban la edad. Ellos vestían polos y pantalones de colores chillones, ellas, suéteres repletos de cristalitos de los que brillan de verdad y no se caen con los lavados. En aquella sala había más logotipos de marcas que en un centro comercial de Abu Dabi.
Nuestra novela era negra, de esas que se meten con las instituciones y señalan las injusticias. Pero aquellos lectores pertenecían a la esfera del poder tradicional. Eran viejos profesores universitarios con cargo, directivas de empresas jubiladas, miembros de organizaciones religiosas... No se habló de literatura. El interés de los lectores y lectoras se centró en la ideología y el ataque personal. Yo estaba en shock. Ellos habían decidido leer nuestra novela, ellas nos habían invitado a su club, ¡se supone que eran lectores de novela negra!
No lo eran, lo descubrimos pronto. Disfrutaban con la novela negra clásica y con la policíaca de cualquier época. Eso explicaba el oxímoron novela negra y Swarovski. Se puede pertenecer al grupo de los privilegiados, estar al servicio del poder y gustar la novela negra clásica. Porque estas historias transcurren en un tiempo pasado, digamos que los años 40 o 50, y se desarrollan en lugares lejanos, como Los Ángeles o San Francisco. Hay una gran distancia emocional. Por supuesto, la novela policíaca no supone ningún problema ideológico, el objetivo de este género es hacer pasar un buen rato.
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El coordinador, abochornado por el desarrollo de la tertulia, nos acompañó a aquellas horas de la noche a cenar algo antes de regresar a Cartagena. Ningún otro miembro del club lo hizo.
En ese momento, me sentí cansada y molesta. Qué equivocada estaba. Nuestra novela era una buena negra, si no, no hubiera molestado tanto a aquellas personas. Así que, escritoras y escritores de negra, os animo a que apliquéis la prueba Swarovski. Si vuestra novela enoja a una portadora de Swarovski o a un señor al que imaginas en compañía de una señora Swarovski, has cumplido tu misión. Si no lo hace, revísala, estás a tiempo. El objetivo de la novela negra no es otro que incomodar a señoras y señores Swarovski.
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