Uno de los ensayos del año será 'Futurofobia' (Penguin), del periodista y escritor Héctor G. Barnés, que ha sido capaz de englobar con ese concepto ... una serie de fenómenos sociales, políticos y psicológicos diversos con diferentes ramificaciones pero mucho en común. La ansiedad por las crisis económicas consecutivas y la catástrofe climática, la moda de lo retro en la cultura contemporánea occidental, el individualismo hedonista de consumo, el auge de la nueva ultraderecha y la desmovilización de las izquierdas tras las 'primaveras' de la década pasada se explican en gran parte entre sí si pensamos en este paisaje mental colectivo, el rechazo del futuro, que nos pinta Barnés. Si hasta principios de siglo era hegemónica la creencia de que nuestros hijos vivirían mejor que nosotros, o la de que la ciencia y la política podían solucionar nuestros problemas globales, una serie de acontecimientos traumáticos (11S, crisis financiera, empeoramiento climático, pandemia) han oscurecido el sentido común colectivo. La nueva fe es la del colapso y, como sostiene Barnés, se trata de una profecía autocumplida, en cuanto drena la esperanza y la energía con que podríamos evitarlo.
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¿Habéis notado que en cosa de unos años las redes sociales se han llenado de brasas con lo bien que se vivía y se creaba antes, mientras echan pestes de la 'cultura de la cancelación' y la 'ideología woke' de las feministas, LGTB y BLM? ¿Esos amigos que eran bastante activistas y ahora se ríen de Greta Thunberg mientras compran todo por Amazon y toman ocho vuelos al año? ¿Tu colega del barrio que se los fumaba en el parque y de repente se cree Pérez-Reverte? ¿Gente que antes molaba y ahora solo escucha música de los 60 y 70 (o que suene así)? ¿Y esa pareja que veías en las manifestaciones, que en febrero lleva a los críos con pantalón corto y calcetas? No, no es que hayan echado nada en el agua, son los efectos secundarios de la futurofobia. Nos volvemos cínicos porque no creemos posible solucionar o mejorar nada. Irresponsables porque de perdidos al río. Identitarios porque las banderas claras y el chocolate espeso. Conservadores porque todo cambio será a peor. Fetichistas de lo castizo porque todo tiempo pasado fue mejor.
Obviamente, la futurofobia no es solo un clima social óptimo para vender series retro de Netflix. El fenómeno político más importante de los últimos años ha sido –ay– la eficaz utilización de este sentimiento por parte de la nueva ultraderecha global: el siniestro 'again' del 'Make America Great Again' de Trump; el aciago 'back' del 'Take Back Control' con que Boris Johnson impuso su 'Brexit'. Hace un par de semanas comentaba por aquí la excepcionalidad del caso español, donde la derecha tradicional y la nueva ultraderecha actúan en perfecta simbiosis. Junts pel siglo XIX, digamos.
Sí, claro, me explico. Aunque los titulares de la franquicia española de esa multinacional ultra de Trump, Salvini, Orbán o Putin, son los señores verdosos de las tres letritas, futurófobos militantes, sus 'compas' del PP constituyen el cómplice perfecto, pues ejercitan alegremente una futurofobia más bien práctica. Un ejemplo cualquiera, ahora que estamos ya casi en junio, mes del Orgullo: esta semana que viene verán a multitud de dirigentes populares con la bandera arcoíris, y puede que también sus logotipos en redes, pero no hace ni un año rechazaron apoyar en la Eurocámara el matrimonio igualitario europeo. Su compromiso con el futuro se parece al mío con el 'fitness': dicen que lo tienen clarísimo pero salta a la vista que no. Y qué decir del medio ambiente. A tope con él en abstracto, cómo no, pero estos días ha salido el PP murciano en tromba a protestar por los nuevos carriles bici (que ellos mismos tenían proyectados eternamente). Y no quiero empezar con el Mar Menor, esa pri-o-ri-dad ab-so-lu-ta de los populares que esta semana el consejero Luengo se ha vuelto a pasar por el forro, maniobrando junto a la agroindustria para anular una batería de medidas cautelares de la CHS contra los vertidos. Son David Attenborough a la hora de los brindis al sol y el 'Prestige' en el día a día. El mismo mantra de bajar impuestos como solución a todo (están a tres cubatas de proponer rebajas fiscales en Los Urrutias para ver si así se resuelve aquello y pelillos a la mar) es pura futurofobia, porque implica que las instituciones desisten de solucionar los problemas y se limitan a no hacerse notar.
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Sobre el papel, la rancia pasadofilia de unos debería entrar en contradicción continua con el liberalismo europeísta de que hacen gala los otros, pero por lo que sea eso nunca supone un problema a la hora de repartirse el poder. Para todo lo demás, nitratillos a la mar.
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