Una niña asesinada
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Olivia no contará para las estadísticas de violencia vicaria, porque esta solo engorda los datos si el asesino es el padreSe llamaba Olivia y tenía seis años. Su madre la asesinó y no encuentro las palabras para describirlo. La asesina despachó así su acto que ... la equipara a una Medea sin barniz de mito, afirmando que prefería matarla antes de que los jueces le diesen la custodia al padre. Le administró una dosis letal de medicamentos y la niña se fue durmiendo hasta que no pudo despertar. Pienso en la sangre fría de la asesina, la espera hasta que el cuerpo de su hija dejó de moverse. Luego la muerte y la mediatización del caso. El dolor del padre y el silencio de aquellos que no han dudado en asaltar la vida cotidiana del país a golpe de tuit y declaraciones incendiarias cada vez que había un asesinato. En este caso, Olivia mereció el silencio.
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Porque Irene Montero no ha hablado. Le han obligado a hablar. No podía ser menos. La muerte de Olivia rompe los esquemas prediseñados por el Ministerio de Igualdad y por eso debe borrarse. Una madre no puede matar a su hija para dañar al padre. Eso lo hacen los hombres, piensa Montero, tan locuaz con el caso de Tomás Gimeno, el padre que asesinó a sus dos hijas en Canarias. Tal vez por eso la condena pública haya llegado tan tarde.
El relato gubernamental construido en España está claro. Hay una diferencia abismal entre cuando la violencia contra los hijos la ejerce el padre y cuando la practica la madre. Tanto que la ley oficializa ese abismo, imponiendo diferentes penas para ambos casos. Esto cala en los medios de comunicación. Titulaba una conocida cadena de televisión: 'Detienen a una madre tras encontrar muerta a su hija'. Encontrar es un verbo inocente. ¿Cómo se encuentra uno a una niña muerta mientras la madre sale esposada de casa? También hablaron de «suicidio ampliado», como si la decisión materna de quitarse la vida arrastrara, por una sucesión natural de los acontecimientos, a matar a la hija. Un cordón umbilical siniestro.
E Irene Montero habló, al fin, en el pasillo del Congreso. Aquello fue una carga en su garganta. Un peso en la agenda. La misma ministra que ha demostrado siempre una precocidad pasmosa cuando un hombre asesina a su pareja, sin esperar investigación judicial, asumiendo siempre quién es el asesino, ahora derramaba templanza frente a unos micrófonos sedientos de titulares. En el caso de la pequeña Olivia no ha habido premura, sino más bien todo lo contrario. Un asesinato que no sumar a las estadísticas. Una piedra en el zapato.
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Porque para el Ministerio de Igualdad hay víctimas de primera y de segunda. Una clasificación macabra, tratándose de niños. Olivia no contará para las estadísticas de violencia vicaria, porque esta solo engorda los datos si el asesino es el padre. Tampoco Gabriel, el niño de Almería al que la pareja de su padre le quitó la vida. Como tantos otros. Pareciera que al Ministerio solo le importan los muertos cuando el brazo ejecutor del asesinato es masculino. Sin embargo, desde 2007, los datos ofrecidos por el propio Gobierno hablan de paridad en cuanto a los filicidios. 27 mujeres frente a 24 hombres.
El Gobierno intenta ocultar esta situación, o revertirla con artimañas. Me remito a los indultos concedidos a María Sevilla, expresidenta de Infancia Libre, y a Juana Rivas, ambas condenadas por rapto de menores y con denuncias falsas. En el caso de Olivia, el laberinto judicial lo conforma una sentencia por malos tratos del padre, condenado a nueve meses por lesiones, y una catarata de denuncias desestimadas por el juez con las que la madre quiso impedir que la custodia recayese en el padre de la niña. La Justicia no pudo prever que sería la madre quien pondría en peligro a su hija. Y eso rompe varios mantras en el Ministerio de Igualdad.
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El problema viene, por supuesto, de la victimización constante de la mujer, de otorgar 'per se' unos roles establecidos y llevarlos hasta las últimas consecuencias judiciales. Desprendamos a la mujer de una supuesta bondad original. La mujer, como el hombre, en cuanto a ser humano, no tiene asociada desde su nacimiento valores morales predeterminados. La maldad existe en ambos sexos y flaco favor se les hace si pretendemos a través de las leyes imputar un agravante dependiendo de quién comete el delito. De esta forma, el castigo para la asesina de Olivia es menor que si lo hubiera hecho su padre.
Es evidente que este país sufre del mal de la violencia contra las mujeres, y que muchas de las maneras que tiene de manifestarse esa violencia no salen a la luz. Pero la solución no es invisibilizar a otras víctimas. El Ministerio solo acepta unas muertes y olvida otras. Es grotesco aplicar la perspectiva de género cuando se trata de niños muertos. Olivia lo es, y forma parte del mismo problema. Explíquenle a su padre que lo suyo es un «suicidio ampliado» y que el tribunal de las estadísticas no juzgará su caso relevante.
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