A ver, que un poco los entiendo, eh. Quién no hace algún puchero cuando se entera de algo que le afecta para mal. Quién no ... mata al mensajero. Según la famosa teoría aquella de las cinco fases del duelo, la primera es la negación. Si acaso, pedir una segunda opinión, qué menos. El problema, supongo, empieza cuando pides una tercera, una cuarta, una decimoséptima, y al final te quedas con lo que te cuenta una señora echándote el tarot en un número 800.
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Bienvenidos al maravilloso mundo del negacionismo, donde nada –ni la verdad– puede quitarte la razón. Dicen que es un signo de los tiempos, esa llamada sociedad de la desinformación, con sus infinitas formas de difundir noticias falsas y de encerrarte en una burbujita autorreferencial donde solo te enteras de lo que ya pensabas. La postmodernidad y su relativismo, que te permite elegir tu 'no' favorito. Hay muchos tipos. Hoy vamos a dejar fuera el negacionismo original, el del Holocausto, un poco porque ya venimos todos bastante intensitos de casa, un poco porque el tema está suficientemente en boga desde que el psicópata de Putin decidió invadir Ucrania «para desnazificarla» (habló de putas la Tacones).
Están, claro, los negacionistas de la Covid, todavía en Fase 1 del trauma de la pandemia, el confinamiento y la mascarilla (ellos llaman a todo esto 'plandemia', 'dictadura comunista' y 'bozal', respectivamente). Muy activos, protagonizaron la Cayeborroka y otras manifestaciones friquis, luego medio se fueron aburriendo y se apuntaron a otros negacionismos, como el de los volcanes, los pájaros y los osos panda. Sus referentes son el payo aquel de los cuernos que asaltó el Capitolio, Miguel Bosé, Mabel Campuzano y Nole Djokovic.
El negacionismo, para qué –ejem– negarlo, engancha. Uno se siente súper revolucionario, parte de una élite intelectual que no se deja manipular por el Gobierno, profetas de la Verdad rodeados de borregos. Entre ellos hay una camaradería, un sentido de la vida, un 'jenesaisquoi'. No necesitan ni Tinder, ligan en la 'deep web'. Pero también hay una desazón, una pesambre 24/7: el cachondeo apenas disimulado de sus congéneres
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Porque entre los negacionistas, queridos, siempre hubo clases. No es lo mismo quejarte de los 'chis' de Bill Gates, como un mermao cualquiera, que currar en lobbys para cuestionar el cambio climático, como hace José María Aznar. El sueldo y la moqueta amortiguan el cachondeo. De este sector del negacionismo ya no nos reímos tanto: la extrema derecha y la industria petrolífera temen que el movimiento climático conlleve medidas anticapitalistas, y tienen financiación de sobra para intoxicar. En Vox, por ejemplo, hablan de «camelo climático». Qué sería de la conspiranoia sin ese tipo de terminología infantiloide.
Cómo obviar los últimos avances en negacionismo castellanoleonés, donde el nuevo gobierno bifachito PP-VOX promulgará leyes para negar nada menos que la violencia de género (ahora simplemente «intrafamiliar», según los diccionarios de esa marca). Hay todo un enjambre de negacionistas y tragabulos revoloteando sobre la igualdad, uno de los frentes de las guerras culturales de la extrema derecha. Seguramente os habrá llegado por uno o cien lados lo de los 20.000 millones de euros desperdiciados por Irene Montero en chiringuitos feministas (que supongo que es el nombre que dan a las madres españolas que cobran baja por maternidad). Lo bizarro es que este bulo sobre chiringuitos lo haya difundido nada menos que la presidenta de la Comunidad de Madrid, que es un sitio donde no es posible encontrarte a tu ex por la calle pero sí pedirle a Toni Cantó un mojito y la llave del baño.
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Sin salir de Madrid y sus chiringuitos deluxe, esta semana hemos podido también flipar con un nuevo tipo de negacionismo: el de Enrique Ossorio (107.979,48€/año), a la sazón portavoz de la presidenta, poniendo en duda la existencia de pobres. Llevan unos días intensos de noes en la Villa y Corte: también esta semana hemos sabido que ocultaron el 20% de los positivos por Covid de la sexta ola, y han tachado 45 páginas del expediente de contratación con Tomás Ayuso.
El negacionismo no se hace solo, hay que hacerlo. Y hacerlo bien. Será por perras. El pasado martes se creó un nuevo Comité de Seguimiento del Mar Menor, que se suma a los otros siete ya en marcha. Mayoría de cargos políticos, clamorosa ausencia de entidades clave en ciencias marinas, como el Instituto Español de Oceanografía o el CSIC y, sobre todo, un aroma a pelillos a la mar, a el problema son las ramblas, a pues yo no lo veo tan sucio. Cualquier día nos cuentan que los nitratos los tira la avioneta antinubes, pero redactado bien.
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