La palabra escritor suele evocar a un ser introspectivo, solitario y observador, que vive la mayor parte del tiempo encerrado en un despacho-cueva con ... sus textos, sus cigarros y la botella de whisky. Pero este ser sale a veces de su crisálida con la intención de que todo el mundo lo admire y admire su obra. Y ya la hemos liado.
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Las y los escritores somos narcisistas en mayor o menor grado. Nos sentimos tan importantes como para que pretendamos que todo el mundo lea nuestros escritos. Recuerdo una edición de Cartagena Negra en la que un escritor nos encuestó a todos sobre si habíamos leído su novela, e insistía en que lo hiciéramos, que era buenísima. Por supuesto, él no se interesó por la obra de nadie. Supongo que alcanzaba el éxtasis releyendo sus propios textos, de hecho, sus fotos de Instagram así lo demuestran.
Pero la vez en la que el narcisismo (y la gilipollez) de un escritor alcanzó sus cuotas más altas fue en una presentación de un libro en un pueblo del noroeste de la Región. David Zaplana y yo compartíamos presentación con otro escritor murciano. Nuestro libro, 'La profecía del desierto', y el suyo (obviaré el nombre, a los narcisistas ni agua) compartían el marco de la cultura árabe. La organizadora pensó que habría un debate interesante entre nosotros (oh, ilusa). Cuando ella lanzaba una pregunta, aquel escritor atrapaba la palabra y hablaba y hablaba. Yo, que también necesitaba mi dosis de atención, y que para algo me habían invitado, esperaba cual zorra al pollo, y en cuanto respiraba, ¡zas!, en menos que llega la exhalación, atrapaba la palabra. Y en este estrés transcurrió nuestro encuentro, hasta que me quedé, literalmente, sin palabras.
Tras esperar el momento de respiración oportuno, comencé a colar mi discurso. Entonces el tipo se levantó, fue hacia la mesa donde había dejado su bolso, rebuscó en él y sacó su móvil. Volvió a sentarse y comenzó a hacer morritos ante la pantalla. Como no le gustó el resultado, volvió a levantarse para que una señora del público le hiciera la foto. Ahí enmudecí. El tipo ni se molestó en disimular que no le interesaba nada ni nadie más que él. Si yo hubiera sido Némesis, no habría tenido piedad, habría hecho que aquel tipo quedara imantado al móvil, para acabar absorbido y convertido en fondo de pantalla.
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Ya lo dijo Francisco Umbral, con quien estos dos comparten género y niveles de egocentrismo: «He venido a hablar de mi libro». Todo lo demás se la pela.
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