Mujeres en Irán. Mujer en Italia
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
El éxito de Giorgia Meloni depende precisamente del tiempo que tarde en defraudar a sus votantes, algo que sucederá más temprano que tardePrimero Mahsa Amini. Después, Hadis Najafi. Esta última recibió veinte disparos en el cuerpo. Algunos de ellos en su rostro pálido. En los ojos oscuros. ... Imagino también el plomo en el cabello tintado de rubio, sin velo. Libre, como una humillante metáfora de lo que quiso ser en vida. La libertad no es un velo. En todos los casos, un velo que borra la identidad femenina no puede ser más símbolo que el de la cárcel. Un infierno de seda impuesto por el varón. Quien sea. El padre, el marido o el hijo. El hermano o el cuñado. En Irán, las personas asesinadas por defender esta idea, que a mí me ha costado una sencilla oración, rozan el centenar. El país persa quiere desprenderse de un letargo fanático. Sus calles se llenan de pancartas. La mayoría son mujeres que desnudan su cabellera, que responden con la dialéctica de su pelo suelto a los coranes y las balas.
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El jueves habían transcurrido once días desde que Mahsa Amini murió asesinada. Fue a manos de la policía de la moral, un nombre orwelliano para describir a matones a sueldo de la religión. Ellos deciden, en nombre de Dios, quién es humano. Los demás, los resistentes, los que sobran en las calles, las mujeres, las herejes, las pecadoras, son la carne que abrazan sus porras. Llevamos dos semanas de sangre en las calles de Teherán, mientras el mundo sigue andando. Avenidas citadas con la muerte, a golpe de sharía. La valentía tras cientos de años de letargo reside en un grupo de mujeres extenuadas, hartas de convertir en normal una sumisión plomiza, que va desde el nacimiento a la tumba.
Mientras tanto, Europa se afloja la corbata. El tiempo se relativiza con ciertas causas ajenas. Hay víctimas de primera y de segunda. Y luego están las iraníes. No todas son mujeres. Tal vez sí biológicamente, pero ser mujer en ciertos ámbitos también supone una especie de concesión política. Por ejemplo, me viene a la memoria un caso extraordinario de sororidad. Cuando Juana Rivas entró en la cárcel por haber secuestrado a sus hijos, cientos de instituciones públicas sacaron sus banderas. ¡Si tocan a una, nos tocan a todas! ¡Juana está en mi casa! Y luego está el Ministerio de Igualdad, empeñado en buscar protomachistas hasta en los problemas de matemáticas. Toda una hazaña del intelecto humano. Pero el jueves hizo once días que murió Mahsa Amini. Once días, vaya. Los que tardó el Gobierno en lanzar un comunicado de repulsa por esa muerte y las demás. Once días, oiga. En menos tiempo estalla una revolución. En Nueva York, Sánchez fue preguntado por estos crímenes. Su respuesta fue la del mercader que esquiva su cita con la muerte en Samarra. «Algo he visto en redes». Un líder mundial, caminando hacia la historia.
Los cuerpos de decenas de chicas alfombran el anhelo de libertad de un país embrutecido
Abriendo las noticias está otra mujer. Giorgia Meloni como encarnación del mal. Ganadora de unas elecciones repetidas desde hace setenta años. Italia es el país que más venera la democracia porque siempre la lleva al límite, sin romperla. Meloni es una mujer, claro, y ha ganado. Será la primera de todas en gobernar Italia. Adiós al techo de cristal en otro país, sobre todo en uno consumido por su fama de machista. Pero a Meloni se le borra su condición de mujer por otras etiquetas: fascista es la que más ha calado esta semana. El fascismo, definitivamente, ha debido cambiar de equipaje. El de Meloni ha sido el único partido en presentarse bajo la égida de una mujer. El Partito Democratico nunca ha elegido a una como candidata. En España cuesta encontrarlas, sobre todo a la sinistra. La sororidad empezó por el fascismo y no por la izquierda, pareciera.
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El discurso de Meloni es banal pero efectivo. Presiona en las heridas de los italianos. Habla de los problemas que otros partidos ocultan: la inmigración descontrolada, la delincuencia, la estigmatización de la identidad y la incapacidad de la clase política para defender una Italia fuerte frente al mundo. Derecha populista que acabará en el cajón del caos como tantos otros gobiernos. Porque el éxito de Giorgia Meloni depende precisamente del tiempo que tarde en defraudar a sus votantes. Algo que sucederá más temprano que tarde, porque a gritos y con rabia no se gobierna.
Italia no es Irán. No hay nada del sacrificio de Mahsa Amini que recuerde las ideas de Meloni. Pero esta semana se ha hablado de fascismo. Del terror que viene. De la falta de derechos. Del sacrificio de la humanidad. Y todo en referencia a Italia. Pero yo me pregunto, ¿dónde está el fascismo realmente? Muchos han gastado esfuerzos pertubadores para indicarnos que Italia se ha mussolinizado, que la Marcha sobre Roma ha vuelto, con sus camisas negras, cien años después, para llenar Europa de cadáveres. Mientras tanto, los cuerpos de decenas de chicas alfombran el anhelo de libertad de un país embrutecido. Matar por un trozo de tela. Morir por llevar el cabello suelto. Que el fascismo no nos impida practicar la sororidad.
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