J.M.P.M.

Mexicanías I: la región más transparente

APUNTES DESDE LA BASTILLA ·

Me reconforta saber que piso y vuelo sobre el lugar donde se produjo el mayor encuentro intercultural de la historia de la humanidad

Domingo, 31 de julio 2022, 09:58

Escribo este artículo en un teclado sin acentos ni la letra ñ. Lo lamento por Víctor Rodríguez, cuyo trabajo de edición bien valdría una semana ... más de vacaciones. Me permitirá usted, querido lector de periódicos, que me aleje de la política durante este mes. Lo agradecerá, sin duda. Agosto es el mes escogido para cerrar los ojos y creernos un país mejor.

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He pensado mucho sobre la naturaleza de este artículo y al final he encontrado una especie de absolución en estas líneas. He logrado perdonar, de alguna manera, al profesor R. I. No le mentiré, huyo de la crónica de viajes porque este espacio dominical en el que nos encontramos cada semana está reservado a otros temas, pero es difícil sustraerse a esta realidad en la que me encuentro ahora. Si usted lee esto por la mañana, yo llevaré muy pocas horas durmiendo. Si lo hace por la tarde, me acabaré de despertar, con el sonido de los trabajadores montando el mercado y el olor a fruta nueva traída desde los bosques de Chapultepec. Sí, estoy en Ciudad de México, la capital de Nueva España, ese territorio que los conquistadores quisieron convertir en una Castilla tropical, una duplicidad desorbitada y mitológica de Salamanca, Toledo y Sevilla, todas ellas juntas, y que para mí es un rincón sagrado ubicado en algunos ejemplares de mi biblioteca.

Desde que pisé la Ciudad de México, he intentado recoger el aroma del Zócalo, con su diálogo de templos mexicas y católicos, todos hoy viejos. Me he sentado en cafeterías de la colonia Condesa, degustando un café a la sombra de los banianos y laureles. Incluso en el avión que tomé esta misma mañana con dirección a Chetumal, en la península del Yucatán, desde donde doy forma definitiva a lo que lee. En todos esos momentos he creído encontrar el equilibrio perfecto entre crónica y sentimiento. Pero no es fácil perdonar a una eminencia como el profesor R. I. a la par que se describe el palacio de Bellas Artes, con su cúpula dorada como si fuese florentina. Es precisamente desde el aire como se aprecia mejor lo que significa la Ciudad de México. La he sobrevolado dos veces estos días y aún se me encoge el corazón de pensar que lo que Colón tardó dos meses en completar, yo lo he finiquitado en once horas de vuelo.

Me lanzo a la historia de la absolución. En la sala de espera de la Terminal 1 leo 'El valle de Anáhuac', de Alfonso Reyes. La del profesor R. I. es una vieja historia de odios y venganzas acaecida hace al menos diez años. Yo recibía clases en la Sorbona (como Lilith Vestringe) y el profesor R. I. nos recitó los primeros párrafos del texto de Reyes. Allí se describía lo que tuvo que ver un conquistador español al entrar en Tenochtitlan, las calzadas de agua, como una Venecia multiplicada hasta el sueño, el mercado caótico en lo que hoy es el Zócalo, la corte de Moctezuma paseando sobre alfombras de flores... He pasado estos diez años sin decidirme a leer el relato, apenas diez páginas, hasta encontrar el momento justo. Reyes se sirve de cronistas españoles, de Gómara y Díaz del Castillo, para afirmar que aquella ciudad casi mitológica era «la región más transparente del aire». De Díaz del Castillo a Reyes, y de Reyes a Carlos Fuentes, quien tituló de esta manera su novela más hermosa, una oda en honor a Ciudad de México. La contemplo desde el aire, conjugando el miedo a los aviones y el embrujo de divisar el Popocatépetl cara a cara, con nieve en la cumbre y azufre en las entrañas. La ciudad se desparrama sobre volcanes y cerros, sepulta una vieja laguna tan extensa como el ladrillo hoy en día, una especie de Mar Menor prehistórico y premonitorio, y aunque, a causa de la contaminación, esta no sea la región más transparente del aire, me reconforta saber que piso y vuelo sobre el lugar donde se produjo el mayor encuentro intercultural de la historia de la humanidad.

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La visión de Ciudad de México es balsámica y me hace perdonar al profesor R. I., quien fue un cretino conmigo. Me lo hizo pasar muy mal durante meses y sufrí una humillación en la defensa de la 'memoire', tesina que él no se había leído y que, por supuesto, no había corregido. Aquello fue como el fusilamiento de Maximiliano pintado por Manet. El tribunal me arrojaba una y otra vez mis evidentes errores mientras el profesor R. I. se limitaba mirar su móvil y corregirme. Ahora que leo a Reyes le perdono la bellaquería. No en balde camino por la ciudad que abrumó a todo un imperio de conquistadores y viajeros, cuando ellos pensaban venir del centro del mundo, y, aunque la actual Ciudad de México se sumerja en una nube de polvo y humo, su memoria aún sigue siendo la región más transparente del aire.

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