J. IBARROLA

Mexicanías III: Las Casas, la memoria empañada

APUNTES DESDE LA BASTILLA ·

Existió la barbarie, el asesinato indiscriminado, la matanza y la quema, pero desde los primeros tiempos, España se preocupó de mitigar estos excesos

Domingo, 14 de agosto 2022, 09:57

A dos mil quinientos metros de altitud duele la cabeza. Cuesta respirar. El cuerpo se va quedando sin fuerzas. Desde Palenque a San Cristóbal de ... las Casas el paisaje se va transformando. Desde una selva absoluta, la de los indios lacandones, se accede a una sierra llena de montes iracundos que por capricho geográfico parecen volcanes. Escribo algo mareado, lo confieso, pero mis pasos me han llevado hasta Chiapas, un estado que hace frontera con Guatemala y que aún hoy es refugio de indios y pobreza. Me mueve la curiosidad y la deuda, el interés por descubrir los aspectos más íntimos de Bartolomé de las Casas, el héroe de los perdedores, el charlatán mentiroso que manipuló los hechos para convertirlos en historia. Una figura llena de grises, amarga y dulce, como fue la conquista de América.

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Me han dicho que el café mitiga el mal de altura. Remuevo esta taza de líquido negro cultivado a pocos kilometros de aquí y sonrío al pensar que por alguna casualidad, usted, lector, está haciendo el mismo gesto leyendo esta página. San Cristóbal de las Casas lleva en su identidad el apellido del monje dominico. Fue nombrado obispo de Chiapas en tiempos en los que la ciudad tenía cierta importancia colonial, un cruce de caminos entre el norte y el sur, el Virreinato de Nueva España y Castilla de Oro, en el actual estrecho de Panamá hasta Colombia. Persigo sus huellas y descubro que son casi inexistentes en la ciudad. Hay una estatua dedicada a su figura, en un parque que se hace mercado por la mañana. Está vandalizada, con grafitis en el pedestal y grietas en el bronce. Son muy pocos los que conocen a este 'Apóstol de los indios', como se le nombró en las dos orillas.

Las Casas es una figura confusa, que hiere la memoria, precisamente por encontrarse en el centro mismo del dolor. Llegó a las Indias y participó de las encomiendas, una forma rápida de convertir almas en esclavos, hasta que presenció la matanza de Caonao y escuchó predicar a Fray Montesinos. A partir de ese momento renunció a las encomiendas y se arrojó el papel de protector de los indios. Viajó por todo el territorio recién descubierto, presenciando el horror de los primeros compases de una conquista a sangre y fuego, nada diferente a lo que sucedía en Europa cada vez que sonaban tambores de guerra. Las Casas denunció la matanza de indios, sirvió en sus homilías de altavoz contra los abusos y se entrevistó en España con el mismísimo Carlos V para concienciarlo de que unas Indias sin indios no tendrían sentido.

De aquella labor humanitaria nació un libro polémico, llamado 'Brevísima relación de la destrucción de las Indias', publicado en 1552, que describe con todo lujo de detalles los excesos de la conquista en los primeros años. Sin embargo, el fraile dominico exageró los datos, infló las cifras de muertes y se dejó llevar por su imaginación a la hora de analizar las torturas y otros procesos innobles. Las Casas pintó una América infernal en la que el español arrasó con todo a su paso, algo que contrasta con el testimonio de otros cronistas contemporáneos y con la misma realidad. En San Cristóbal la abrumadora mayoría de la población es indígena, y el mestizaje se practicó desde el momento en que Cortés y la Malinche se conocieron. Ese fue el nacimiento de México, como anota Octavio Paz

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El libro corrió como la pólvora por las imprentas europeas. Los enemigos de España (Francia, Flandes, Inglaterra y hasta el papado) reprodujeron hasta el infinito la obra del dominico, con ilustraciones del grabadista De Bry que exageraban aún más las torturas. Quedó para la memoria oficial que las prácticas inhumanas realizadas por los españoles en América se habían perpetuado en el tiempo, sin aplicar al testimonio de Las Casas una mirada crítica. El libro sirvió de fundamento para la Leyenda Negra española, esa por la que aún paga nuestra moral e historia, y que reza que el español es un ser bárbaro que ha plagado de muerte la historia y sus territorios conquistados. Probablemente Las Casas no pretendió nunca llegar tan lejos en su denuncia, sino alertar mediante exageraciones de las malas prácticas realizadas. Existió la barbarie, el asesinato indiscriminado, la matanza y la quema, pero también es cierto que desde los primeros tiempos, España se preocupó de mitigar estos excesos.

A través de la Controversia de Valladolid se reflexionó sobre el propio proceso de conquista y se dotó al indio de derechos como súbditos del reino, al mismo nivel que el labrador nacido en Murcia. Y todo ello en el temprano siglo XVI, un impulso humanizador que otros imperios nunca ejercieron con sus súbditos, como el inglés y el francés, hasta pasada la II Guerra Mundial. En América hubo dolor y mestizaje, destrucción y conservación, odio y amor. Al convento de Santo Domingo acude a rezar la población de San Cristóbal, frente a sus retablos barrocos. Ahí predicó Las Casas. Un grito de auxilio empañado en la memoria.

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