Meritocracks
ESPEJISMOS ·
El paso de castas a estamentos y de ahí a clases no conlleva automáticamente una reducción de las desigualdadesDe jovencillo –ay– estuve unos años enseñando español en la Universidad de Sarajevo gracias a una beca del Ministerio de Exteriores. El puesto conllevaba asistir ... a algunos actos protocolarios de la Embajada de España, y ahí me tienen, a los 24, con mi traje barato del TZ (que me quedaba como una patada), tratando de encajar en los saraos pero siempre cerquita de la puerta. Imaginaba todo el rato dos cosas: que de un momento a otro aparecería el mayordomo de Ferrero Rocher (¡bien!); y que a alguien de seguridad le dirían por el pinganillo: se ha colado un chavaluco de Murcia. Del Polígono de la Paz nada menos. Sacadlo discretamente por el callejón.
Mis amigos trataban de ayudarme con mi síndrome del impostor. Pero Joseda, tío. Eres licenciado en Hispánica. Has publicado libros. Tienes el título de especialista universitario en enseñanza de español. ¿Qué es eso de que no encajas? Un 12 de Octubre me presentaron a dos chicas recién llegadas. A la media hora estaban de risas con el cónsul. No me extrañó nada que me miraran por encima del hombro y pasaran de mí. Parecían jóvenes promesas de la carrera diplomática y compartían con la mayoría de los presentes el barrio bueno del norte de Madrid, el colegio caro, el atuendo chic y el acento bien. Tiempo después me enteré de que eran estudiantes de Turismo llegadas a través del Inem.
Me estoy acordando bastante de esta anécdota de un tiempo a esta parte. Las guerras culturales de la actualidad (que son, también, siempre semánticas) tienen ahora el frente en la idea de meritocracia. A Lilith Verstrynge, joven dirigente de Unidas Podemos e hija de aquel histórico diputado de Alianza Popular, le han caído estos días las del pulpo por hablar del tema en una mesa redonda con Owen Jones. Defendía en ella Verstrynge que el santoral meritocrático (Elon Musk, Bill Gates, Jeff Bezos, etc.) siempre olvida mencionar las inmensas ventajas de partida con que suelen contar estos magnates no tan hechos a sí mismos. Es sabido, pero no tanto, que Musk heredó minas de diamantes en Sudáfrica, que Gates y Bezos tuvieron una educación de élite en Harvard y Princeton y el apoyo financiero de sus acomodadas familias. El mito de que empezaron en un garaje es resistente. No tanto como el de que Walt Disney está congelado, pero dadle tiempo.
Como con la dichosa libertad, izquierdas y derechas definen estas cosas del mérito de formas muy diferentes. Para los primeros, meritocracia es igualdad de oportunidades, poner las bases de una sociedad que permita a cualquier zagal o zagala de Barriomar o de Las 600 codearse –si quiere– con los Bezos de la vida. Para los últimos, meritocracia es bajar impuestos. En el debate, sin embargo, flota algo más. En su monumental 'Capitalismo e ideología', Thomas Piketty vuelca un inmenso trabajo historiográfico sobre los relatos con que cada civilización, desde la Antigüedad, ha legitimado las desigualdades sociales, cruzándolos con los datos cuantitativos de esa misma desigualdad. Se dan fascinantes paradojas: las civilizaciones que recurrían a la teocracia para legitimar la desigualdad no eran siempre más desiguales que otras más recientes y 'humanistas'. Los campesinos franceses en la Alta Edad Media poseían más renta porcentual que en el Siglo de las Luces, por ejemplo. El paso de castas a estamentos y de ahí a clases no conlleva automáticamente una reducción de las desigualdades. Cambia la cosmovisión, cambia la excusa, pero la explotación en sí no la sacas ni con agua caliente. La ordene Yahvé, Osiris, el Santo Padre o 'los mercados'.
Cuando hablamos de meritocracia podemos estar hablando, por tanto, de la sana preocupación por que el talento y el esfuerzo encuentren su recompensa en nuestra sociedad, pero puede pasar que lo que estemos diciendo en realidad es que la gente de Barriomar o Las 600 se merece su precariedad, por estúpidos y vagos. O es un proyecto o una descripción. Ojo con las mezclas. A la que se te va la mano te encuentras hablando de esfuerzo, disciplina y trabajo duro y defendiendo al mismo tiempo a los comisionistas Luceño, Medina y Ayuso, esos cracks (pero del 29). O estás con la meritocracia o estás con Isabel Franco, Valle Miguélez y Mabel Campuzano. No te me líes. Una cosa es recompensar el trabajo y otra la Oficina del Español de Toni Cantó. Las dos a la vez, imposible. El espacio-tiempo colapsaría. Y es que a lo mejor todo esto no va de premiar el sudor de nadie, sino de legitimar los privilegios de unos cuantos. Que igual te parece bien, porque tienes diecisiete pisos, pero llámalo 'defender lo mío'. O igual no los tienes y te parece bien también. Dejémoslo en 'mansedumbre', entonces.
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