Los pasos contados
La apuesta por ejercitar el movimiento corporal voluntario, en sus distintas variantes, depara beneficios además sobre otras funciones del organismo
Desde que el ser humano, desde la Sabana africana, adoptara la posición erguida comenzó su perpetuo caminar por la superficie de la tierra. En busca ... de sustento y habitabilidad se ha extendido durante milenios, franqueando obstáculos, un paso tras otro, hasta diseminarse por todo el globo terráqueo. Ahora, en contexto bien diferente, sin esa necesidad de utilizar las piernas para desplazar el cuerpo –incrustado en la esencia de la fisiología humana– se ve constreñido por una inmovilidad desacostumbrada. El actual estilo de vida incita de modo permanente a la inactividad durante el ocio, enfrascados frente a todo tipo de pantallas propiciada por la descomunal oferta. Semejante circunstancia muestra especial intensidad entre las jóvenes generaciones, en las que predomina, además, un enérgico ejercicio meramente digital. Es una cuestión que en el caso de contextos laborales que por fuerza obligan a permanecer inmóviles durante buena parte de la jornada ya sea sentados, o estáticos, suma a músculos y articulaciones en una prolongada inacción. El dilatado sedentarismo se encuentra en la raíz de diversas complicaciones de salud, como aumento de peso y los problemas derivados de la obesidad, diabetes, o, incluso, asociado a otros factores predisponentes, como inductor o facilitador del desarrollo de algunos tipos de cáncer. Para revertir este estado de cosas el movimiento corporal de caminar –andar, pasear o correr según se tercie, dentro de la medida de las posibilidades individuales– ha arraigado con firmeza en un amplio segmento social.
No está de sobra recomendar las bondades del caminar, una forma de ejercitar el cuerpo fácil, sencilla, al alcance de la mayoría para mantener una actividad que depare un buen estado de salud física. Incluso mental. Como en toda materia, también en este caso –en apariencia tan inocuo– afloran algunas diferencias acerca de cuál sería el número ideal de pasos diarios a recorrer para obtener beneficios tangibles. Un asunto para disputas entre cuñados o de sobremesa cafetera, pero no más allá, no llega a controversia ni polémica, no alcanza a tanto, diríase, dado el ambiente reinante en el que toda afirmación se cuestiona. Ni en este asunto la ciencia descansa. Interrogante planteado cuando el acervo popular tenía asumido que la cifra ideal a recorrer era de 10.000 pasos al día, al menos. Ahora nuevas investigaciones, con suficientes evidencias probadas, rebajan esta cifra considerando que basta con andar 4.000 pasos en ese discurrir cotidiano. Los investigadores querían calcular el punto mínimo ideal para reducir riesgos, puesto que ese número redondo de 10.000 era una máxima no contrastada científicamente. Así que, manos a la obra, en este caso pies, por lo que esta práctica reducida se ha comprobado disminuye de forma apreciable la posibilidad de enfermedades e incluso el de muertes. Obviamente, de superar esta cifra, a gusto o posibilidades de cada cual, la rentabilidad en salud aumenta, pero sin descontrolarse tampoco. Porque incluso en algún caso se puede sentir cierta frustración de no coronar con éxito esos míticos 10000. Sin entrar en disquisiciones, sobre el color del gato en su misión de cazar ratones, lo importante es practicarlo. Caminar como estímulo vital a ejercitar de manera regular.
Esta apuesta por ejercitar el movimiento corporal voluntario, en sus distintas variantes, depara beneficios además sobre otras funciones del organismo. Como evitar con la edad el entumecimiento y la rigidez muscular y articular. O ayuda a retrasar la pérdida de facultades cognitivas mejorando la de quienes ya la presentan. De modo que mantenerse físicamente activo ayuda a conservar el cerebro en forma. Simplemente con una práctica moderada, regular, sin que sea necesario batir marcas ni efectuar exhibiciones atléticas. Los paseos tranquilos, por tantos entornos agradables como abundan en nuestra comunidad, en entornos urbanos como en contacto con la naturaleza, se ve favorecido por las condiciones del clima del que gozamos –si no fuera por la inmisericorde sequía– lo que permite andar casi a diario sin problemas. Y sin excusas. Mar, huerta, campo, montaña incluso, son opciones para andar y practicar el senderismo. Marchar estimula la introspección tanto si se hace en solitario, como refuerza la sociabilidad platicando en compañía. Con el modelo de ilustres pensadores que han pergeñado trascendentes reflexiones en solitarios paseos, alumbrando pensamientos e ideas de validez universal. El contacto con la naturaleza resulta enriquecedor para sosiego y serenidad del espíritu, en ese concepto tan manido de desconectar de la vorágine cotidiana. Un paso tras otro simplemente. En el mundo actual, sin la perentoria necesidad de andar para poder sobrevivir, como actividad lúdica que depara agradables momentos de expansión y tranquilidad, recompensada por ventajas de salud. Andar parte esencial de la persona, al plasmar la concepción aristotélica de la persona como bípedo implume.
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