Del consuelo y la piedad
Ante la muerte y el mal, lo que más le importaba no era quién tenía razón, sino quién consolaba a los que sufrían
En el contexto de las emociones resulta arduo distinguir los matices de sentimientos que, para los no versados, resultan por completo idénticos, de no aplicarse ... con atención. Se trata de sutilezas anímicas sobre las que las limitaciones del lenguaje imposibilitan determinar sus grados fronterizos, por lo que adentrarse en semejantes vericuetos requiere un esfuerzo notable para su adecuada comprensión. Sin obviarlos y denostarlos sin más, atribuyéndoles como propios de verborrea impropia, en una abdicación mental, muestra de pereza o incapacidad. Sucede entre tantos con la compasión, ese impulso para ayudar o sentir menos una pena o una aflicción que inspira alguien que sufre o padece. Peliagudo deslindarla de la lástima, la conmiseración o la piedad ante la desgracia de otros, en la consideración de María Moliner. Compasión que mueve a la acción en compañía, con palabras afectuosas, mediante sencillos gestos de cariño para dar sentido al acto de consolar, confortar en la desgracia, mitigar la tribulación, levantar el ánimo contrito para recuperar de su abatimiento al afligido en circunstancias aciagas. Semejante emoción sentida –incluso como una virtud al fin, que debe presidir nuestra conducta hacia el prójimo– es el motivo del libro 'En busca de consuelo. Vivir con esperanza en tiempos oscuros' de Michael Ignatieff. De actualidad este intelectual por la reciente concesión del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024.
En su ensayo, el autor hace un recorrido por las vicisitudes y el modo en el que han enfrentado desgracias y calamidades, propias y ajenas, a lo largo de la historia diversos personajes, para encontrar consuelo. Desde la concepción espiritual que aportan las creencias en la divinidad, centradas en ese orden superior inmutable y protector desde Job a los salmistas, pasando por San Pablo: «Mis días se desvanecen como humo; Tú, en cambio, eres siempre el mismo, tus años no se acabarán». Como la defensa del orden republicano en Cicerón y la actitud estoica ante las desgracias presente en Marco Aurelio con su descarnada lucidez ante la soledad, el desánimo, el miedo y la muerte. Reflejo del consuelo para Ignatieff presente en el magistral cuadro del Greco, el 'Entierro del Conde de Orgaz'. O con la consideración de Camus, en 'La Peste', al interrogarse sobre qué hacer al vivir en una época sin esperanza, cuando el consuelo se torna en una consideración ética. Ante la muerte y el mal, lo que más le importaba no era quién tenía razón, sino quién consolaba a los que sufrían; una anciana que vela en la epidemia en silencio junto a la cama de un desconocido, para que no muera solo. Como colofón, Ignatieff aborda la reflexión de Cicely Saunders, pionera de los cuidados paliativos, creadora en Londres de una red asistencial para enfermos terminales. «Velad conmigo», dijo Cristo a sus discípulos mientras rezaba en el huerto de Getsemaní y «Velad conmigo» se convirtió en la frase que Saunders utilizó para expresar lo que significaba el consuelo: la compañía en la aflicción. Aspecto esencial de la relación entre médico y enfermo esa muestra de apoyo –ahora señalada como empatía, más o menos– en una profesión en la que el objeto de atención es una persona alterada en su estado físico, pero en la que se implica sin desligar su esfera emocional. Un acto de consuelo protagonista en el trato con enfermos con mala evolución de su proceso Ante una medicina dotada de cada vez más deslumbrante capacidad técnica que, en su extremo, puede llevar a la despersonalización, en la simple consideración de simple biología y estructura, despersonalizando al sujeto al cosificarlo en demasía. Si bien es trivial afirmar que la finalidad es lograr una curación de los males satisfactoria, no lo es menos el fracaso en este empeño pese a las buenas intenciones y remedios. Ante esta disyuntiva emerge la obligación de aliviar el sufrimiento. En estos trances sucesivos cabe desembocar en ofrecer consuelo, nada menos, a dolientes enfermos, familiares y amigos. Es imperativo en la asistencia sanitaria la consideración global de la persona como muestra de algo tan simple y tan demandado como es la humanidad. Como señala Vaclav Havel: hallar consuelo es percatarse de la situación, cayendo en la cuenta de su sentido, y afrontarla con esperanza, que no es lo mismo que con optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo importa, con independencia de cómo acabe saliendo. Sentirse consolado, concluye Ignatieff, es reconciliarse con unas pérdidas, ver asumida la vergüenza y los remordimientos, «y sentirse, a pesar de todo, vivo ante la belleza de la vida». Compartir flaquezas y alegrías, lo que da sentido a la vida.
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