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Del consuelo y la piedad

Ante la muerte y el mal, lo que más le importaba no era quién tenía razón, sino quién consolaba a los que sufrían

Lunes, 3 de junio 2024, 00:31

En el contexto de las emociones resulta arduo distinguir los matices de sentimientos que, para los no versados, resultan por completo idénticos, de no aplicarse ... con atención. Se trata de sutilezas anímicas sobre las que las limitaciones del lenguaje imposibilitan determinar sus grados fronterizos, por lo que adentrarse en semejantes vericuetos requiere un esfuerzo notable para su adecuada comprensión. Sin obviarlos y denostarlos sin más, atribuyéndoles como propios de verborrea impropia, en una abdicación mental, muestra de pereza o incapacidad. Sucede entre tantos con la compasión, ese impulso para ayudar o sentir menos una pena o una aflicción que inspira alguien que sufre o padece. Peliagudo deslindarla de la lástima, la conmiseración o la piedad ante la desgracia de otros, en la consideración de María Moliner. Compasión que mueve a la acción en compañía, con palabras afectuosas, mediante sencillos gestos de cariño para dar sentido al acto de consolar, confortar en la desgracia, mitigar la tribulación, levantar el ánimo contrito para recuperar de su abatimiento al afligido en circunstancias aciagas. Semejante emoción sentida –incluso como una virtud al fin, que debe presidir nuestra conducta hacia el prójimo– es el motivo del libro 'En busca de consuelo. Vivir con esperanza en tiempos oscuros' de Michael Ignatieff. De actualidad este intelectual por la reciente concesión del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024.

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