Los patos de Tony Soprano
Se abre ahora un tiempo de reflexión con el verano y las vacaciones, o la salida de la rutina habitual, al menos. Es el momento de valorar y hacer balance
Escribe Luis Alberto de Cuenca en uno de sus poemas que quiere –con la mujer a la que se refiere– construir una arquitectura única, fundiendo ... las curvas de una y las cicatrices del otro. Buscar la redención en los brazos de la amada y dejar de ser dos para ser uno. Qué bonito. Resulta enternecedor pensar en que hay un lugar, esa mujer, que sólo es paz, refugio y pureza. Alguien a quien la vida no ha azotado con su látigo de 7 colas, a quien la eterna desventura de vivir, que decía Jobim, no ha dejado en la piel las evidencias de las heridas y el dolor sufrido. Alguien en cuyo regazo se encuentra, por fin, el descanso y la inocencia. Qué pena que eso no exista. Las decisiones que tomamos, las encrucijadas en las que nos pone la vida, nos dejan a todos sus marcas, y con ellas hemos de seguir caminando. De lo que decidamos en cada momento dependen cosas tan importantes como nuestra dignidad. Ahí es nada.
Siempre he pensado en la importancia de una serie de reglas que tienen que estar presentes en la toma de mis decisiones, en el modo en el que he de conducirme, en mi vida. Son los universales, y me permiten ir de lo general a lo particular siguiendo una senda segura. Las virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza, templanza, podrían ser parte de ese elenco. Lo son, de hecho. Igual que las virtudes teologales o los mandamientos. Pero hay más cosas, de carácter práctico, que no aparentan trascendencia, pero la tienen. Hay que saber estar, y hay que saber irse, es una de ellas. Yo me paso la vida estando en sitios de los que en algún momento tengo que irme. Exactamente igual que usted, sí. En fin, con el tiempo, he desarrollado un sentido particular a este respecto, con independencia de que esté pasando una tarde o los últimos 5 años. He de saber estar y he de saber irme. Es casi lo que más me preocupa cuando llego y al hacerlo me pregunto inmediatamente ¿cómo me voy a ir de aquí?
En esa línea, me acuerdo de Tony Soprano. No ha envejecido necesariamente bien aquella serie tan celebrada sobre los problemas cotidianos de un grupo de hampones que, en Nueva Jersey, defienden tanto un estilo de vida como una identidad que no encajan, por diversas razones, con el eje espaciotemporal en el que viven. Debuta, el piloto, con unos patos que vuelan abandonando una piscina, la de Tony, epitomizando la pérdida de sus certezas, la toma de conciencia de que su existencia atraviesa una fase crítica, de dudas y temores, de una puerta que se cierra y le deja fuera de su zona de confort. El hilo conductor, a partir de ahí, son las visitas a su psiquiatra.
En septiembre volverán a volar los patos. Habrá que ver en qué medida las cosas han salido como esperábamos
Aún instalados en la extravagancia y la excentricidad social, los personajes mantienen una serie de códigos, sus universales, que permiten dar a su disparatada existencia un sentido. Esto es lo único que les hace iguales a los demás, al vivir con arreglo a unos principios, aunque sean los de 'esa cosa nuestra'. Y su gran virtud es que, además de saber estar con arreglo a esos principios, saben irse. Hasta ellos asumen que, cuando ha pasado su momento, cuando han cometido un error, cuando su 'estar' se hace insostenible, han de irse y saber hacerlo con elegancia y buen estilo. Asumiendo, en algunos casos, que lo mejor que les puede pasar es que no les desfiguren la cara cuando hayan de aceptar 'irse'. Pero asumen que han de hacerlo.
Se abre ahora un tiempo de reflexión con el verano y las vacaciones, o la salida de la rutina habitual, al menos. Es el momento de valorar y hacer balance. Quizás tenga usted que revisar sus universales, sus reglas, y medir el grado de cumplimiento y adecuación de su comportamiento a los principios que le guían. Pero para eso hay que tener principios, para empezar, un rumbo, coherencia y valor. Sepa usted que para poder exigir a los demás, debe ser ejemplo antes. Y con eso en mente, proceda con virtud.
En septiembre volverán a volar los patos, señal de que se cierra un ciclo y se abre otro. Habrá que ver en qué medida las cosas han salido como esperábamos y, sobre todo, si nos hemos conducido dignamente. Como dice Javier Gomá, hemos de vivir de tal manera que nuestra muerte sea una injusticia manifiesta. Y aunque se haga cada día más complicado hacerlo, hemos de insistir.
La flexibilidad es necesaria, siempre hay que saber adaptarse a los escenarios cambiantes e imponderables del camino. Cada día una singladura, una mar distinta, pero un rumbo fijo. Porque, querido lector, sin rumbo estamos perdidos, como Tony Soprano sin sus pájaros.
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