Un murciano en Cádiz
La contraposición entre masa desinformada y minoría ilustrada de Ortega se desvanece por un instante en la cola del baño del chiringuito
Este verano Juan Pablo Silvestre está poniendo la banda sonora de mis largos paseos por la playa con su viejo programa, 'Mundo Babel'. Se ha ... convertido en parte de mi rutina diaria. Santa Catalina (de Alejandría, quiero pensar, que es la patrona de los escolares, los estudiantes y los filósofos) da nombre a una gloriosa y larga lengua de arena en la que se da cita, como en lo de Juan Pablo, todo un 'Mundo Babel'. Una fauna inabarcable. La ropa de baño, la casi desnudez, el alpargateo, no consiguen igualar a los miles de especímenes que cada día, en horario de mañana y de tarde, en sesión doble, pasan y pasean por el arenal.
Al contrario, las diferencias en esas circunstancias, lejos de desaparecer, se magnifican. La desnudez realza los relojes, pone de manifiesto los tatuajes –veo alguno extraordinario, 'Tutto passa' cruzando el pecho de un joven, lo que como epitafio tiene un algo, pero como lema vital, ya me contará usted– y subraya la atención y el cuidado con el cuerpo de los paseantes. El gimnasio excesivo de un torso depilado o la dejadez absoluta, como extremos de una sociedad, frente a la ligera barriguita 'bon vivant' sobre un traje de baño de alguna marca distinguida. Los complementos, como los sombreros y las gafas de sol, en su soledad, revelan con inusitada elocuencia la entraña personal de sus portadores. La playa, en su aparente molicie, se convierte en un universo en el que está representado eso que se llama el tejido social de nuestros días. Lo único que no veo son 'beatniks', no sé dónde se habrán metido, no les debe atraer ni el mar ni la brisa.
Mientras sigue sonando la magnífica selección musical mundobabeliana que me transporta de un tiempo a otro, que me lleva de la mano y me aleja de lo que me rodea, observar el paisanaje se convierte en una experiencia similar a ver una película, o un documental, si me apuran. Una cosa de aquellas que se veían en La 2. Podría titularse: 'La procela náutica y sus extraños pobladores', y en lugar de Félix Rodríguez de la Fuente lo presentaría, qué se yo, Javier Gurruchaga. El caso es que, por muy disparatada que sea la muestra, por tremenda que sea la levantera que salta de viento y humanidad, lo que veo no deja de ser reflejo de lo que hay. Más aún, es lo que hay. Corresponde con lo que tenemos.
Y fíjese, querido lector, corresponder es un verbo siempre positivo, enriquecedor y fecundo que me gusta mucho. Siento que sirve para poner las cosas en su sitio, que contribuye a lograr el orden y el equilibrio que se necesita. Es poderoso en sus acepciones, y siempre describe campos semánticos fructíferos. Entonces, concluyo, si lo que veo corresponde con lo que es, no me puedo quejar si no hago nada por cambiar lo que hay para que lo que vea refleje otra realidad que me guste más, ¿no? Y, el caso, es que no me disgusta lo que tengo ante los ojos. Es múltiple en su diversidad, variado en su poyesis y en su pathos. Rico, rico y con fundamento, como lo de Carlos Arguiñano. Nutritivo. ¿Qué otra cosa se puede pedir?
Aun así, no puedo evitar preguntarme (ya saben, 'I couldn´t help but wonder', como Carrie Bradshaw) ¿qué demonios hace esta gente aquí? ¿Qué hago yo cada día para arriba y para abajo, viendo a esta gente que no conozco, a la que nadie me ha presentado, y con la que nunca cenaré, prácticamente en ropa interior? Y es que, amable lector, el rito veraniego por el que se sustituye el no hacer nada íntimo y privado por un deliberado ejercicio público y notorio de pérdida de tiempo en grupo, sin importar clase y condición, epitomiza un misterio antropológico. Liberados de tabúes, nos mezclamos con los demás para celebrar que, hasta cierto punto, hay cosas que nos igualan, y perder el tiempo es una de ellas.
A pesar de que en nuestro tiempo –como muy bien señalaba hace unos días Ignacio Blanco– se confunde la igualdad, que es un principio social básico que equipara a los ciudadanos en derechos y obligaciones en busca de la justicia social, con el igualitarismo, que es una ideología política que defiende la desaparición de las diferencias entre las personas, hay que constatar que el límite entre una y otro se diluye a orillas de este Atlántico desbravado de El Puerto de Santa María. La contraposición entre masa desinformada y minoría ilustrada de Ortega se desvanece por un instante, en la cola del baño del chiringuito, detrás de una señora que transpira como si estuviera subiendo el Angliru y delante de un tipo al que no me gustaría encontrarme de noche en una calle oscura.
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