Lo grotesco es ordinario
Este vagabundear errático de un párrafo a otro ha terminado en Jardiel. Un autor como pocos. Le sacaba punta a todo con tal de hacer humor
Esta es una buena temporada para volver la vista sobre aquello que hace tiempo que no miramos, sin duda. Hemos aprovechado para andar por las ... estanterías sacando volúmenes que llevaban mucho cerrados y, a pesar de que ahora las cosas dejan de funcionar casi de inmediato y que la obsolescencia programada garantiza que la próxima vez que quiera arrancar el viejo portátil –ese que guarda usted en el armario porque tenía unos archivos de interés– sólo conseguirá perder la paciencia, la sorpresa ha sido mayúscula al comprobar que los libros, algunos escritos hace más de un siglo, siguen funcionando. ¡Santo cielo!, será cosa de magia. Los índices siguen diciendo dónde están los capítulos, las páginas se pueden seguir pasando y, lo que es aún más alucinante, las ideas siguen teniendo valor.
Este vagabundear errático de un párrafo a otro ha terminado en Jardiel. Un autor como pocos. Qué de cosas decía, le sacaba punta a todo con tal de hacer humor. Claro, la ventaja de Jardiel es que tenía un talento poco frecuente y a su pesar, probablemente, trascendía el plano cómico y terminó dibujando con perfecta claridad la sociedad en la que vivió, con sus vicios y virtudes, que son ahora los mismos que entonces. El humorismo, entendido como lo hizo su generación –con Mihura, Tono, Neville y el resto de la muy oportunamente llamada generación inverosímil– parte de la base de que todos somos tan inteligentes como ellos. Naturalmente, esto ya supone un primer y enorme obstáculo que se interpone entre los textos y los lectores que, ay, ha ido creciendo con el tiempo, a medida que el público ha ido embaulándose más y más best-sellers –esa cosa de la novela histórica, sobre todo, paparruchas para gente que quiere 'aprender' mientras se entretiene–, textos de una simpleza argumental y una falta de estilo de similares características a los soporíferos telefilmes de media tarde y que están desaconsejados para aquellos que quieren mantenerse en pleno uso de sus capacidades. Realmente, estos autores, en especial Jardiel, nunca fueron para todos los públicos.
Jardiel impone, con su profundo conocimiento del enredo de vivir, un ritmo trepidante a su obra y la dirige invariablemente a poner de manifiesto la contraposición entre la coherencia y su ausencia, la primera como pieza de resistencia del alma humana, la segunda, en verdad, síntoma irrevocable de estupidez. Hay gente que, desafortunadamente, no está en condiciones de regirse por los usos y costumbres de los demás, esto sucede con frecuencia y no es culpa de esos individuos. Ya quisiéramos que no fuera así. Pero Jardiel señala a aquellos que, de entre los demás, los que no formamos parte de ese grupo de neurodivergentes, se dedican a decir una cosa y hacer la contraria. Así, me encanta cuando en 'La tournée de Dios' llega a Rousseau y dice: «Escribió el Emilio para que los padres supieran cómo educar a sus hijos, y mandó a los suyos a la inclusa; escribió el 'Contrato Social' para enseñar a los hombres a vivir con pureza, y él desde 1736 a 1740 hizo el chulo viviendo a costa de Mme. de Warens, en Annecy... pero dejemos a Rousseau, estamos hablando de personas decentes». Lo ve usted, ¿verdad?
Jardiel prefiere evitar no llamar a las cosas por su nombre. Por eso nos hace pensar y consigue hacernos reír
Y todo con un aire liviano y falto de ambición 'tratadista'. Frente a la tontada que leí el otro día en un titular de una entrevista a alguien, creo recordar, de la 'folle farandole', en el que la declarante decía que no era mayor, sólo acumulaba juventud, Jardiel prefiere evitar no llamar a las cosas por su nombre. Por eso es gracioso, por eso nos hace pensar y consigue hacernos reír. No es como el sacerdote, que fríamente escucha los problemas de la gente mientras acumula sentido común y consigue saber qué debe decirse en cada momento para reconfortar al sufriente sin que haya sido necesario que él mismo pase por todas esas vicisitudes para resultar un sabio de la vida. Jardiel, al contrario, habla con la experiencia de quien ha vivido, quizás con demasiado arrojo, subido en la espuma de los días, ha tratado a todo el mundo y, lo que es más, a todo 'tipo de mundo'.
Por eso, leerle es descubrir la gracia de la cotidianidad, la alegría de vivir y la esencia de la naturaleza humana. Al hacerlo hay que guardarse, porque puede uno tomar conciencia de la pobreza espiritual en la que ha acabado preso al equivocar decisiones que, 'nolens volens', le han arrastrado al abismo de una vida triste, gris, roma y sin alma. Justo lo contrario es nuestro querido autor, que vivió y escribió cada día de su vida para denunciar que –no es algo que haya decaído, sino al contrario, qué tristeza– la estupidez es una terrible epidemia. ¿Acaso no se había usted dado cuenta? Lea a Jardiel.
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