Lucía y la 'ley trans'

APUNTES DESDE LA BASTILLA ·

La nueva norma aspira a convertir los deseos en derechos, ignorando que con 14 años los primeros suelen prevalecer sobre los segundos

Lucía se fue de vacaciones con miedo. Ocurrió hace dos años. Estaba en 2º de la ESO pero tenía 14 años, porque había repetido algún ... curso. Era una chica tímida, sentada en una esquina del aula. No hablaba con sus compañeros. Le gustaba dibujar en su cuaderno. Así transcurrían las horas en el instituto, de lunes a viernes, desde la primera a la última clase. El verano pasó y en septiembre volvió al centro. Nada había cambiado en ella. Su aspecto era el mismo. Por momentos frágil, algunas veces decidida a rellenar cuadernos de diseños de estilo japonés. Ocupó su mismo puesto en el aula. Saludó a sus compañeros y nos anunció algo importante. Una decisión que había tomado durante las vacaciones. Se puso en pie y llena de orgullo dijo que a partir de ese momento la llamásemos Izan. Lo había pensando bien y quería ser un chico.

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Aquella fue su respuesta a la incertidumbre que la acosaba durante años. Su grito de libertad ante las inseguridades de una adolescencia galopante. Lucía se había puesto una coraza nueva bajo la identidad de Izan para ser más fuerte, para afrontar mejor los golpes con los que la vida irrumpe en la pubertad. Era una chica con miedo, perdida en una infinidad de dudas sobre qué ser, qué hacer, hacia dónde dirigirse en el mundo, qué posición adoptar frente a sus compañeros, ante el espejo. Lucía me contó que había conocido a un chico que antes había sido una chica, algo mayor que ella, y que le había contado su historia. Lucía quedó fascinada por cómo ese amigo había encontrado, a través de una nueva identidad, un nuevo sexo, una brújula con la que orientarse. Yo la escuché y le advertí que cada persona equivale a un mundo y que no existen las fórmulas matemáticas en la búsqueda de la felicidad. Pero ella aseguraba sentirse segura. Deberíamos llamarla Izan desde ese momento.

Lucía no había reflexionado lo suficiente sobre lo que estaba experimentando. No había tenido el tiempo de madurar una idea tan trascendental para el devenir de su vida. Probablemente tampoco albergaba en su hogar una familia atenta que escuchase sus súplicas, una madre o un padre comprensivos que la guiasen entre la niebla. Sí encontró –y esto me lo confesó ella misma– cantidad ingente de testimonios de chicos y chicas que habían cambiado su sexualidad y que mostraban sus emociones a través de las redes sociales. Eso le hacía sentirse menos sola. Tomó como modelo experiencias ajenas que no tienen por qué servirle como pautas de conducta. Le dijeron que uno es como se siente. Una metamorfosis según el estado de ánimo.

Ahí radica el punto nefasto de la nueva 'ley trans' que está a punto de tramitarse, en que se basa más en los sentimientos que en la razón. Criterios ideológicos y no científicos son los que han primado en la redacción de un texto legislativo que pretende regir la vida de miles de jóvenes con un espíritu salomónico, tajante, cortando por la mitad el problema sin estudiar los matices, las aristas y sin escuchar a los profesionales médicos. Aspira a convertir los deseos en derechos, ignorando que con 14 años los primeros suelen prevalecer sobre los segundos, pero que tras un exceso sentimental llega el arrepentimiento. En efecto, los seres humanos nos equivocamos, y más a esas edades. El cambio de sexo es un proceso traumático, lleno de dudas. Hay casos en los que el sujeto manifiesta con claridad, desde la más tierna infancia, sus deseos de cambiar de sexo. Son ejemplos paradigmáticos. Pero también se dan ya en los centros educativos casos, cada vez más numerosos, de chicos y chicas que simplemente están confundidos. Como lo estaba Lucía.

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El hecho de dejar a los adolescentes toda la responsabilidad y de dar la espalda a la ciencia supone una aberración social de consecuencias catastróficas para muchos jóvenes. La 'ley trans' contempla que con 16 se pueda cambiar de sexo sin permiso paterno. Resulta irónico que con esa edad, para salir del centro educativo se necesite una justificación de los padres pero se pueda adoptar una medida trascendental sin pasar por un diagnóstico médico. De toda esta decisión, la opinión de los médicos es la más trascendental. ¿Por qué esta ley la quiere silenciar?

Lucía cambió de opinión a los pocos meses. Renunció a la idea de ser Izan y fue encontrando su camino. Con esta nueva ley, ella podía haber iniciado un tratamiento hormonal sin necesidad de un informe médico. Un tratamiento cuyos efectos hubiesen cambiado radicalmente su cuerpo, a veces con consecuencias devastadoras. Es un error pensar que la sexualidad es un simple estado de ánimo, una etapa de la vida. Otro exceso de nuestra época.

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