«¡Qué niños más guapos tienes! ¿Cómo se llaman? Pedrito. Es que es un poco nervioso». Es mi chiste favorito de la historia. Sí, ya. ... Cuarenta y seis años tengo. Me da cosa reconocerlo, pero lo traigo por un buen motivo. O bueno, del montón. El motivo, digo. Sin más dilación: de un tiempo a esta parte, cada vez que veo a Pablo Casado por la tele o en algún meme –más lo segundo– me acuerdo de Pedrito.
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Claro que sé que el papel de jefe de la oposición requiere de cierto grado de hiperactividad. Hay que suplir con una agenda intensita la carencia de esa visibilidad institucionalidad de que sí disfruta el Ejecutivo. No me meto con eso. Lo que digo es que en cada intervención aparece un Casado distinto. Se reinventa más que Nathy Peluso. Ese tecnócrata experto en auditorías que comparece por la mañana para anunciar la inminente quiebra de las finanzas españolas transmuta por la tarde en grave seminarista que pontifica sobre la pérdida de valores y la cultura de la vida. Igual entra por error a un aula catalana justo a tiempo para ver cómo a Juanito le impiden ir al baño por pedirlo en castellano, igual se mete en una iglesia y justo están celebrando una misa en homenaje a Franco. Y, ya que está, se sienta, claro.
A Pablo Casado, desde sus primeros pasos en el PP de la mano de Esperanza Aguirre, le persigue el estigma del estilismo. 'Quitadle la gomina' fue su primera operación de imagen, nada más llegar, por orden de su mentora, pero a día de hoy sigue sin encontrarse. ¿Reconoceríamos a Casado, por debajo de sus operaciones de imagen, o nos pasaría como con Lady Gaga? En sus primeros tiempos, el disfraz era de cerebrito de la Ivy League: que si investigador en la Johns Hopkins University, que si profesor visitante en Georgetown, que si máster en Harvard, si bien su vida laboral ha transcurrido íntegramente en el partido. Al estallar el escándalo de su supuesto trato de favor académico y ganar las primarias, sin embargo, hubo que volver a llamar al estilista. La derecha ultra le estaba comiendo la tostada. Aparecieron la barba, las cazadoras y la espontaneidad, como cuando llevó al Congreso su «¿qué coño tiene que pasar?». Es probablemente el político español que más fotos se ha hecho en el mundo rural, lo cual probablemente nos indica que la gomina aquella no acaba de saltar.
No me gustaría estar en sus pellejos, es verdad. El lento pero sostenido avance de Vox, mientras sus propias siglas se estancan en las encuestas, es un aliento de lobo en la nuca para un personaje que sabe que no le quedan más balas. La tentación de subirse al carro del nacionalismo populista desbocado para disputárselo a los de Abascal debe de ser tremenda, pero Casado sabe que su mayor debilidad consiste en que los españoles, ni siquiera los conservadores, no lo visualizan como su próximo presidente. ¿Qué hacer, entonces? Y vamos con un nuevo cambio de imagen. Esto no lo sabremos nunca, pero tal vez el problema consiste, precisamente, en ese exceso de reinvenciones. En que tú ves a Casado y preguntas cómo se llaman, los chavales. Jano bifronte, digamos.
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Por un lado, Casado mira a Harvard, Massachusetts. Por el otro, a Navas del Marqués, provincia de Ávila. Podría funcionar si no estuviera tan cogido con alfileres: el 'posgrado en Harvard' era un cursillo hecho en Aravaca, y su raigambre en 'la España vaciada' un casoplón en una urba de lujo, dentro del término municipal pero muy alejada de ese pueblito abulense del que tanto presume.
Abrazar la postmodernidad, en política, era un poco esto: ceder el mando a los estilistas, a los directores de comunicación, a los peluqueros. Del delegado de tu clase en tercero de la ESO te hacen un malote, un estadista, un mesías o todo a la vez. Y ni te cuento de lo que son capaces cuando de lo que se trata es de arrastrar por el fango la imagen del oponente. La poción mágica, sin embargo, envejece. Tres o cuatro reinvenciones exprés para tomar nuevos vientos favorables y ya no sabes quién eres, tus fans te flojean y te ves compitiendo con una nueva figura emergente que un día metiste de telonera pero ahora quiere tu trono. Va a ser una temporada muy larga, pero no veo hueco para que se calme un poco, el pobre Pedrito.
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