Llanto por Ciudadanos
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Qué ironía la de un partido que, habiendo sido fundado por Albert Boadella, Félix de Azúa o Francesc de Carrera, muera con el maquiavelismo barato de Martínez VidalA las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Tal vez Ana Martínez Vidal cogió el teléfono después de mirarse ... al espejo. Vio sobre su cabeza las siete coronas y los cuatro castillos, el rojo Cartagena engalanando su melena rubia. Solo faltaba una llamada. Las negociaciones habían terminado, pensaba. Los votos amarrados. El puñal ya ganaba la silueta de la espalda de López Miras. Al día siguiente sería presidenta de la Región de Murcia y Ciudadanos se haría con su primera presidencia en un gobierno de una comunidad autónoma.
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Lo demás era muerte y solo muerte a las cinco de la tarde, dijo el poeta. No contaba la Alcibíades huertana con el último acto de servicio del soldado García Egea. Murcia no paga a traidores. De líneas telefónicas iba la cosa y así se gestó el suicidio en directo de un partido que ya había visto cómo el suelo se abría a sus pies. La cuestión es que de todas las formas que tuvo de morir Ciudadanos, tal vez escogió la más deshonrosa. Y ahí sigue su caída, tras unas primarias cainitas, sin viudas que lo lloren, sin plañideras que acompañen su cortejo y con una multitud de espectadores deseando iniciar su autopsia.
Ciudadanos vino a cambiar España y terminó pecando de españolidad. Se contagió de política, de cálculos fariseos en donde no supo moverse porque no tiene la historia y la paciencia de los votantes de su lado. Los errores de Ciudadanos se llevan a la plaza pública, se exhiben y con sus recuerdos se prenden hogueras. Jamás un partido ha sido tan castigado por sus votantes por cumplir su programa electoral. Dijo que no haría presidente a Sánchez y no defraudó. Pero el electorado es otra cosa distinta a un ente racional. Y esa exigencia habla muy bien de sus votantes, ya extintos. Vea usted el aguante que tiene el público socialista con un partido que se ha atrevido a cambiar el Código Penal para beneficiar a delincuentes, que ha hecho de la mentira un modus vivendi. En las próximas elecciones superarán los cien diputados, bajo la égida de un líder que se atreve a tomar a los españoles por idiotas y descubre cada día que hasta eso se lo permitían con sonrisas y aplausos.
Aparece por las noches el fantasma de Albert Rivera como culpable de esta España desnortada. La izquierda invocó bajo su nombre al fascismo. Lo llamaron 'falangito' cuando los votos no sumaban mayoría, por describir con precisión quirúrgica el verdadero rostro de Sánchez. Hoy algunos siguen arrojando a Ciudadanos la desvergüenza gubernamental, como si la culpa de que Sánchez sea, en realidad, Sánchez, la tuviese la lucidez y previsión de Rivera, y no los hechos denunciados. Ese fue el último acto de servicio de un partido que supo en las elecciones de 2019 que jamás tocaría moqueta. Tan efímera es la fama en política que la imagen de Rivera con un adoquín en el debate electoral sirve a los críticos como epitafio burlesco. Porque su final fue grotesco y canino.
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Sí, Ciudadanos ha muerto y ahora sus descendientes desgarran la carne que ha quedado de un proyecto político honesto, que se atrevió a plantar cara al nacionalismo en Cataluña, que no se calló ante la desigualdad territorial y creyó en una España liberal. Un proyecto político noble, que disgustaba a los totalitarios, a los guardianes de chiringuitos, al progresismo de puño en alto y gorra de Che Guevara. Paradojas de la vida, Ciudadanos muere antes que Podemos, un partido que se ha dedicado en esta legislatura a realizar saltos mortales con tal de habitar un poco más el espacio del poder, con chalet incluido, con purgas a compañeros al más puro estilo estalinista y cuya ley estrella ha provocado rebajas y excarcelaciones samaritanas a cientos de violadores.
Así que ahora que son las cinco de la tarde para este partido en el que confié y que nunca más volveré a votar, me lamento por la oportunidad perdida, por las ilusiones que se escapan de las manos, como el humo de los cigarros mal apagados. Esa forma de caer que pudo ser elegante, discreta, haciendo un saludo a la posteridad, se ha convertido en una lucha de clanes, con Edmundo Bal encabezando lo indigno de la disputa. Poco queda de esa Inés Arrimadas que un día llegó a ser la política más brillante de España. El cortejo funerario ya asoma la puerta del cementerio y siento tristeza por los políticos válidos que luchan por su resurrección, por Miguel Sánchez o María José Ros, por Vázquez, políticos que España necesita. Qué ironía la de un partido que habiendo sido fundado por Albert Boadella, Félix de Azúa, Francesc de Carrera o Arcadi Espada, muera con el maquiavelismo barato de Martínez Vidal. Esas son heridas que queman como soles, como dijo, otra vez, el poeta.
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