De liebres y sardinas
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
En España ya se cataloga como fascista la voluntad imperante de querer cumplir nada más y nada menos que algunos artículos de la ConstituciónLa actualidad española se encarga días tras día de poner patas arriba toda lógica racional, como la canción infantil en la que la liebre corre ... por el mar y las sardinas por el monte. La perversión del lenguaje (que es, en su mayor medida, desconocimiento) genera monstruos, como los goyescos. En España ya se cataloga como fascista la voluntad imperante de querer cumplir nada más y nada menos que algunos artículos de la Constitución. No me atrevería a decir todos. Sin embargo, qué sé yo, querer boicotear una conferencia, acosar a políticos en las puertas de su casa o rodear el Congreso ante unos resultados electorales adversos se tilda de acción «antifascista».
Es la universidad española uno de los escenarios donde más se genera la confusión de las liebres y las sardinas. Esta semana, la Complutense mezcló excelencia con política, reconocimiento con homenaje. Y como ocurre desde hace un tiempo, afloraron los odios y las proclamas guerracivilistas. Algunos quisieron emular la escalinata de Odesa en 'El acorazado Potemkin', pero afortunadamente los tiempos de las boinas y los parabellum quedaron atrás, por más que algunos se empeñen en ello. Ayuso tuvo que acudir a la universidad en la que estudió con escolta. No es el primer político que lo hace, pero los años del plomo vasco ya acabaron. Existen formas de protestar el título de 'ilustre' que le han concedido a la presidenta madrileña. Muchos tendrán razón en considerar el galardón de maniobra electoral o incluso tildarlo de inmerecido. Pero llamarla asesina e intentar agredirla tal vez no se encuentre entre los modelos democráticos de conducta.
Tampoco lo fue el camino escogido por Elisa Lozano, alumna con la mejor nota de su generación. Evidenció en los tres minutos que duró su discurso uno de los grandes problemas de la universidad pública española. Ella, pudiendo haber elegido el camino de Cicerón, decidió seguir el de Lenin frente al Palacio de Invierno, pero sin llegar a romper el título por miedo a las consecuencias. Y esa oración dice muy poco del título obtenido y también de la persona que lo ha ganado. Como en los tiempos de Lenin, la extrema izquierda sigue degustando caviar pero se viste de proletaria cuando hay cámaras delante.
No es un descubrimiento afirmar que la universidad está politizada, y que la mayoría de las veces la cuesta siempre se vence para un lado. En las últimas décadas, son muchos los políticos de derechas que, al pronunciar una conferencia, han sido intimidados, agredidos e incluso censurados. Lo vemos en todo el territorio nacional, de norte a sur, de oeste a este. En Cataluña lo sufren los estudiantes de S'ha acabat, que defienden la validez de la Constitución en Cataluña (¡qué osadía!) y la lengua española. La universidad, que debe ser un espacio abierto a debatir ideas, incluso aquellas con las que no estamos de acuerdo, hoy se dirige sin solución hacia el pensamiento único. Donde antes había oposición razonada hoy se organizan escraches. Podemos puso una de sus primeras piedras fundacionales en los ataques a Rosa Díez, en la misma Universidad que en el 88 entregó la medalla de oro a Honecker, líder de la RDA e ideólogo del Muro de Berlín.
Usted pensará que escribo con una visión sesgada. Pero he visto con mis propios ojos cómo estudiantes de la Universidad de Granada colgaban durante días una pancarta en honor a Stalin, en la facultad de Ciencias Políticas, y salvo alguna protesta, ahí se quedó el padrecito de los pueblos, homenajeado como Cristo en un iglesia, al margen de sus millones de muertos. Por eso no me sorprende constatar que algunos utilizan la universidad para extender aquel Mayo del 68, para resucitar la dialéctica del puño en alto, las lecturas de Marcuse, de Foucault y de Althusser como preámbulo para una cita amorosa. Es la revolución permanente que yo me creí durante algunos años y que se alimenta en los campus, en las cafeterías pero también en las hogueras inquisitoriales de algunos docentes, profesionales del sectarismo.
Porque la defensa de lo público ya se ha convertido en un mantra vacío de contenido. En una piedra que arrojar al paso del político de turno. No es cierto que la izquierda cuide mejor que la derecha los servicios públicos. En los 45 años de democracia este país ha sido gobernando mayoritariamente por gobiernos socialistas. En algunas comunidades durante décadas. Las leyes educativas aprobadas por esos gobiernos no solamente no han mejorado el nivel, sino que han empobrecido intelectualmente al alumnado y al profesorado. Estudiantes como Elisa Lozano no harán autocrítica en su discurso, porque es más fácil inventar una mitología fascista que reconocer que la universidad lleva décadas con serios problemas de nepotismo, de clientelismo, donde se cultiva una ideología caduca que no reconoce el debate como camino para llegar al entendimiento. Porque de eso se trata, de que se extingan las ideas y de que la gente siga creyendo que las sardinas corren por el monte y las liebres por el mar.
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