No leas a los fachas

APUNTES DESDE LA BASTILLA ·

La lectura desde las trincheras se ha impuesto en muchos centros educativos, donde hoy se mira el pedigrí ideológico del autor en lugar de su calidad literaria

Mi decisión política fue la filología, dice Casaubon, el personaje que crea Umberto Eco en el Milán de los años setenta. Pasaba las noches en ... el Pílades, un bar que se llenaba de intelectualidad, pero al que solo se accedía si el visitante era capaz de entender la ciencia proletaria. En efecto, para hablar de libros había que ser de izquierdas. Eso pensaban los cráneos privilegiados que esparcían su resaca sesentayochista por los clubes del pensamiento y no se ha movido el péndulo ni un ápice, a pesar de los años, con menos parafernalia y sustituyendo los mocasines por las chanclas franciscanas.

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Sí, me identifico con la idea de Casaubon en 'El péndulo de Foucault' cuando afirma que la ideología impregna, mancha y embellece cualquier discurso literario (a cada cual su verbo), pero que esta no puede suponer un freno para desarrollar la obra en sí. En román paladino la situación se esclarece, y uno ya ha leído demasiados autores de uno y otro lado para saber distinguir que la ideología política no es definitoria en una novela, que los versos se componen de una materia mucho más preciosa que la vulgar diatriba entre derecha e izquierda. En resumidas cuentas, querido lector ideologizado, que los árboles de las opiniones políticas nunca me han impedido ver el bosque, a veces excelso y bello. Por eso, a pesar de tener un marcado y nunca escondido posicionamiento ideológico, nunca renunciaré a vivir y disfrutar a través de la literatura, sin censuras ni listas negras.

Aún con los fastos franceses ardiendo en la Académie al condecorar a Mario Vargas Llosa como 'immortel', se han escuchado opiniones bastante decepcionantes a este lado de los Pirineos. No me refiero a ciudadanos normales y corrientes, sino a auténticos especialistas en esto de juntar letras y de leerlas. Muchos de ellos sufrían una especie de reacción alérgica a reconocer que el escritor peruano es, sin discusión, un auténtico hito de nuestras letras. Pero la adversativa acompaña siempre al elogio, sobre todo en la República de las Letras. «Lo he leído, aunque sea de derechas», esgrimió un reconocido profesor. «Me gusta cómo escribe, y eso que me encuentro en las antípodas de su pensamiento», afirmó un periodista versado en libros. «Sus novelas sí, pero sus artículos de opinión son otra cosa, qué derechón se ha vuelto», gritan a coro muchos sesudos lectores de periódicos. Incluso algunos se preguntan la necesidad que tiene 'El País' de seguir contando con su pluma, como si renunciar a Vargas Llosa fuese un acto heroico, y no la argucia de un inquisidor estúpido.

No es el único. Hoy en día muchos lectores han renunciado a leer a escritores que se confiesan de derechas, como si esta ideología supusiera un mal endémico. Escritores que no se mueven ni un ápice del constitucionalismo, que defienden a capa y espada los valores democráticos y liberales de nuestras sociedades, pero que cometen el enorme pecado de expresarse, qué se yo, conservadores, críticos con la izquierda española o defensores de un modelo de civilización que casa perfectamente con la libertad. Asistimos en los últimos años a la censura de autores como Fernando Savater (su obra y su vida ridiculizan por sí solas a los que pretenden silenciarlo), Andrés Trapiello, o incluso el fallecido Javier Marías, cuya muerte tampoco impidió escuchar la monserga fúnebre de que, bueno, era de derechas.

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Y ese es el mal original, esquinar desde el discurso público a la derecha. Ridiculizarla hasta el extremo de que hoy resulte, en algunos contextos, un acto heroico definirse así, o incluso citar como referentes a autores que no dudan en defender su pensamiento sin complejos. Este caso ha arraigado tanto en nuestro país que hoy algunos consideran fascista a un autor que defiende la dignidad de las víctimas de ETA o la unidad del Estado.

Por eso escribo con orgullo que mi decisión política fue la filología, más allá del pensamiento político, porque no me importa reconocer (y disfruto leyendo) a García Montero, aún sabiendo que su ideología choca frontalmente con mi forma de entender el mundo. Entendí este hecho claramente cuando, desde la Universidad de Granada, muchos compañeros censuraban los libros de Miguel d'Ors, precisamente por afirmarse como escritor católico. La lectura desde las trincheras se ha impuesto en muchos centros educativos, donde hoy se mira el pedigrí ideológico del autor en lugar de su calidad literaria.

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Y no dudaré en afirmar que Muñoz Molina es el mejor narrador que existe ahora mismo en España, y que leer sus artículos me compromete en el arte de pensar el contraste. Disfruto leyendo a los que piensan diferente a mí, porque ahí está precisamente el aprendizaje y la formación intelectual. Qué tristeza de bibliotecas si nos paramos a determinar la ideología de cada autor. El mundo no debería funcionar así, pero me temo que hoy los Casaubon brillan por su ausencia.

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