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Andrea Motis, luces y sombras. jazz san javier
Larga vida al bolero de arrabal

Larga vida al bolero de arrabal

Los estilos dispares de Andrea Motis y Toni Zenet llenaron el auditorio hasta la bandera

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Lunes, 8 de julio 2019, 09:44

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La trompeta, ese artefacto casi sobrenatural que apresa las resonancias de lo recóndito, estuvo en la mano de Andrea Motis casi toda la noche, pero apenas lo invocó. No es instrumento fácil ni para quien ha ejercitado los pulmones y el belfo en largas noches de jazz -a Miles Davis lo que más le preocupaba en su juventud era desentrañar a Charlie Parker y que le creciera un buen morro para modular su expresión hasta el suspiro-, así que nos queda aún por conocer a la que será la Andrea Motis trompetista. La tierna intención que muestra ahora es prometedora e intuitiva, pero de momento la corneta se queda en un adorno.

La voz de la barcelonesa fue el encantamiento con que acunó a un auditorio repleto, el primer lleno del 22 Festival de Jazz, para ver los dispares estilos de la joven cantante y el curtido Zenet. Motis engancha con una tesitura limpia y sumamente dulce, que se ciñe al cinismo afable del cancionero de Hollywood y encuentra su guante con la melosidad brasileña más sincera y despeinada, como esa deliciosa 'Danza de la soledad'. Todo mejora con Ignasi Terraza a la espalda. El pianista, que lidera su propio trío, le da un plus de calidad a todo combo en el que pone las manos. Se notó en 'Jo vinc', firmado por el pianista invidente.

Las versiones refrescantes de 'Ain't no sunshine', de Bill Withers, y 'Rabo de nube', todo un regalo a la humanidad que hizo Silvio Rodríguez, quitaron el turbio sabor de 'Mediterráneo'.

Hubo que desterrar toda inocencia del escenario para abrazar el bolero canalla de Zenet. El malagueño tiene flow de faldero castigador. Cultiva sin hurtarle pizca de dramatismo el repertorio de amores contrariados que se abandonan en cualquier esquina. El siempre morboso 'lárgate de mi vida', pero no en plan 'te mereces algo mejor', sino el 'qué equivocada estás, yo no te quiero', que Zenet clava en la yugular a golpe de chulería y de banda arrolladora. Solo con Manuel Machado a la trompeta hubiera logrado Zenet descarriar hasta a una novicia. Le cunde el terno de truhán de puerto, que hunde el estilete con letras que no se enseñarían en la asignatura de ciudadanía, chorreantes de ironía para una voz arañada que le va al pelo. «¡Que entre con veneno!», ordena Zenet a su banda para embaucar con 'Échame el humo a la cara. Provócame', con subidas controladas de vientos y entradas del violín de Raúl Márquez. Encantado con Zenet, el público claudicó a sus pies como ese objeto sexual que el crooner toma y deja con su desplante matador en el repertorio de 'La Guapería', su nuevo álbum dedicado al pozo sin fondo del bolero cubano.

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