Aestas alturas de la función, podemos darlo ya por demostrado. Como sucede en el ancho mar, después de una ola vendrá otra, y otra, y ... otra...
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–Ya. ¿Pero hasta cuándo?
Eso no se sabe. No por nada, sino porque depende de la voluntad humana. En cuanto que se levanta la mano, tacatá. Fíjese el lector: ha bastado un puente sustancioso, como fue el del Pilar, para que nos pongamos a practicar de nuevo el surf pandémico.
–¡Pero qué buen puente, jefe!
No, si no le digo que no. Fue un puente como el del río Kwai, el de Brooklyn o ese otro que hay en Lisboa, el Vasco de Gama, que dicen que es el más largo de Europa, ya lo creo que sí.
–Yo lo usé una vez. Y es tan acojonante circularlo que al final te da gustirrinín.
Es lo mismo que ocurre con los puentes Covid, que te lo pasas pipa. Y digo yo: ¿Estaremos ya toda la vida de puente en puente (y tiro porque me toca), como en el juego de la Oca? Según todos los indicios, mucho me temo que sí. La cuestión es peliaguda porque, en este campo, se enfrentan dos contendientes y cada uno aporta sus mejores argumentos. Por un lado están las precauciones. Por el otro, la necesidad de expansionarse. Y, como dijo aquel, si me encuentro a una llorando, es que la otra la ha ofendío.
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Llevar cuidado está bien. Pero tampoco podemos decir que esté mal darse un garbeo. Hay que seguir viviendo, aunque sea a trancas y barrancas. Mire lo que ha pasado con la economía, después de soportar la pandemia. Ha entrado en crisis. Y lo jodido de esto es que, si no te pilla por un lado, te pilla por el otro.
De cuando en cuando sale algún experto diciendo que tendremos que convivir con el virus. O sea, si no igual que se convive con la parienta, más o menos parecido. Acabamos de saber, por medio de un estudio que se ha hecho aquí en España, que la Covid será estacional, lo mismo que la gripe. Qué quiere que le diga. Sálvese el que pueda, ¿no?
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