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De la nómina de estrellas y estrellos que llevamos en la cabeza, a veces se nos escapan algunas y algunos (¡joder, qué difícil de manejar es esto de los géneros!). Quiero decir cómo personajes encumbrados se nos escapan de la memoria. Me sucedió a mí con una señora que, dada su categoría, no debía haber olvidado ni por un instante. Hablo de Sharon Stone.

-¡Hombre! Sharon Stone es mucha Sharon Stone.

Eso mismo digo yo. Sin embargo, hubo un tiempo en que no la tuve presente en mis oraciones. Esto demuestra que, quieras que no, las cabezas no están buenas. Vengo a decirlo porque, al contrario de lo que me sucedió con Stone, de Gregory Peck siempre me acuerdo.

-¡No joda!

Nada tiene eso de extraño, caballero. Supongo que todos estaremos de acuerdo en que el entrecejo de Gregory es insuperable.

-Ya. Pero no es lo mismo el entrecejo de 'Vacaciones en Roma' que el de 'Matar a un ruiseñor'.

Estoy completamente de acuerdo. En 'Vacaciones en Roma', por mucho que te fijaras, apenas se le notaba el entrecejo. En 'Matar a un ruiseñor', al ser una temática más seria (diría que dramática), el entrecejo es lo que manda. Pero, vaya, de quien íbamos a tratar es de Sharon Stone.

Tenemos que en 2010, a pesar de ser una señora monumental (con perdón de la mesa), sufrió un ictus que le trajo muy malas consecuencias. Ella misma ha dicho: 'Fui tratada de un modo brutalmente desagradable. Tuve que rehipotecar mi casa. Perdí todo lo que tenía, incluido mi hueco en la industria del cine'.

Quién nos lo iba a decir, ¿verdad usted? Las personas del montón pensamos que las famosas (y los famosos, ¡Jesús, qué lata!) son gente feliz que vive la vida en las mejores condiciones. ('A su lado no llueven piedras, sino solo benéfica agua con la que vivificar nuestra existencia', que decía aquel). Pero no es así. Sin caer en aquello de que el mal de muchos consuela a los tontos, sí tenemos que reconocer -para que los mediocres no nos sintamos tan desgraciados-, que en todas partes (incluso en las alturas más altas) hay alguien cociendo habas.

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