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En pelotas

Las instancias se toman nuestra privacidad a cachondeo

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Lunes, 10 de diciembre 2018, 22:38

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Está de moda escribir sobre la conveniencia de proteger los datos personales de las personas.

-Lo de 'personales de las personas' es como lo del 'mundo mundial'.

¡Vaya por Dios! Se conoce que no va a poder uno dislapizarse ni siquiera una miaja. Decía que anda en el ambiente que los datos íntimos de los individuos (y de las individuas, ojo) son, como quien dice, sagrados. Por el Internet te llegan de contino, desde las entidades, alusiones a dicha materia, haciendo hincapié en su disposición para respetar esa norma cívica.

Sin embargo, con la misma frecuencia que lo anterior, te enteras de que la intromisión en lo privado de la gente es una práctica de todos los días (y, si me aprietas, hasta de todas las horas). De manera que, hoy en día, la mala práctica de meterse en la vida íntima de los demás es algo tan protegido en la teoría como desprotegido en la realidad.

La nueva Ley de Protección de Datos establece que la propaganda electoral que te mandan a casa los partidos no se considera una 'actividad comercial'. Por lo tanto, los ciudadanos no tenemos que dar el oportuno permiso para que la política se nos cuele, primero en el buzón y, luego a luego, en la mesita de noche.

-¡No joda!

Hombre. Solo hay que pararse y recordar la cantidad de papelotes que recibe uno en época de elecciones, metidos en unos sobres en los que aparecen fielmente reproducidos -como si los hubiera facilitado uno mismo- el nombre, los apellidos, la dirección y hasta el distrito postal, para que no haya errores. Todos somos destinatarios pasivos, aunque solo algunos se preguntan quién les ha chivado nuestra identidad y ubicación en el planeta.

A mis cortas luces, el fallo está en la propia ley que nació para protegernos. Decir que la publicidad electoral no es comercial me parece a mí que es aventurar demasiado. En una sociedad como la moderna, en la que ya todo es comercio -incluso lo que se tenía por más sagrado-, la actividad política no es la excepción. Todos andamos lo que se dice en pelotas, ante unas instancias, por así llamarlas, que tienen cogida por el mango la sartén informática.

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