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La España tarambana

LA ZARABANDA ·

Vivimos días de falta de juicio y formalidad, como si el virus solo matase a los otros

Miércoles, 10 de febrero 2021, 01:40

No se merecen un calificativo más culto. Para qué afanarse en retorcer la Gramática, buscando la definición que retrate a esos tarambanas que toman a cachondeo la pandemia. Sin caer en la cuenta (o incluso cayendo, en un derroche de cinismo) que su actitud genera enfermedad y muerte. No solo para otros, sino para ellos mismos. Malvividores de cabeza hueca que se aprovechan de la bondad y la paciencia de la gente normal, pero no corriente, que eso queda para ellos. Son ordinarios y, en algunos casos, nada más que unos pobres tontos del culo. Nunca sabrán distinguir entre ocho y ochenta.

–¿Y qué consigue usted descargando toda esa grava?

Sé muy bien que no conseguiré nada. Y por ser así, tampoco pretendo reformarlos. A los desalmados, llamarlos al orden no los mueve a ser juiciosos. Al revés, se sienten provocados y estimulados para emprenderla con el guapo que se atreva a afearles su comportamiento incivil.

Corren malos tiempos para la lírica de la prevención, ahora que intentamos salir de la tercera ola. Y cuando creemos que esta desescalada será mejor que las dos anteriores, nos topamos con que los malos hábitos abundan tanto o más que antes. Lo chocante es que las infracciones no se limitan a los más jóvenes. Incluso algún cura, como el del santuario de la Santa Faz en Alicante, se resiste a usar la mascarilla y ha contagiado a veintinueve monjas.

Los fiestorros sin precauciones abundan como nunca. Si la norma se muestra exigente hasta con los convivientes, ¿cómo se explica que sujetos de las más diversas procedencias se las tomen juntos y revueltos? Se celebran guateques con pretensiones y bien arropados de asistentes, por eventos de poco fuste, como una pedida de mano. Cualquier excusa es buena para sacar los pies del tiesto. En el Casino de Madrid festejan una boda que degenera en bodorrio. Todo eso con el telón de fondo de los chavales pegados al botellón, porque se tienen a sí mismos por inmunes.

Parece como si se hubiera impuesto una visión tarambana de la vida, entendiendo por tal, según dispone la Real Academia de la Lengua, tener poco juicio o formalidad. Aviados estamos.

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