Es lo que me venía yo diciendo a mí mismo. O sea: '¿Qué culpa tiene el tomate de lo que está pasando en Verónicas?'. Pero ... principalmente los placeros, que al ser humanos no soportan convertirse en témpanos, debido a los terribles fríos que corren por esas dependencias, tan anticuadas como están. Les va a ocurrir como a tantos escolares murcianos, que tienen que llevarse al aula guantes, bufandas, incluso mantas, por aquello de que hay que ventilar para que no se estacione el virus dichoso.
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Si aludo al tomate en particular, no es por capricho. Débese ello a que un humilde fruto (imagine usía si se tratara de una persona) se muere de frío, a la espera de que algún cliente caritativo se lo lleve al calor de un hogar honrado. Cuando digo honrado, me refiero a caliente y, por lo mismo, acogedor. Se da la casualidad (o 'casolidad', como se decía antes de la democracia) de que el de Verónicas es el único mercado de Murcia donde hay sistema de calefacción. Pero no pueden mantenerlo enchufado, porque el viento tan perro que se cuela por los portones hace que la maquinaria se agarrote y deje de funcionar.
–¡Será posible!
Como se lo cuento. Además del tomate y los placeros, no menos perjudicados por tan grande helor se sienten los llamados encimarios. Aludo a esos paisanos que disfrutan mirando la variopinta mercancía que exhiben los puestos. Aunque no se paren (salvo algún caprichoso del marisco o la mojama), a mitad del recorrido ya notan los síntomas de la congelación.
Y esto ocurre mientras los vendedores andan ocupados en dilucidar cómo funcionará el mercado cuando la piqueta municipal se ponga a trabajar para modernizarlo. Porque eso es lo que se supone que piensan hacer. Las instalaciones están ya demasiado viejas para acoger tantos y tan buenos productos. Tienen que decidir si se ejecutan las mejoran con todos dentro (placeros, albañiles, clientes y curiosos), lo que supondría estar como piojos en costura, o si se trasladan a los aledaños del Malecón.
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Como dicen ellos: «Todavía vender puede uno hacerlo tiritando, pues necesidad obliga. Pero tomar decisiones no, ya que un cerebro congelado engendra monstruos».
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