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Estos días se nos ha dicho, algo así como cientos de veces, que hemos de convivir con el coronavirus. La frase procede de las más diversas instancias. Lo mismo altas que bajas, políticas que científicas. No se trata de una obviedad. Si supiéramos a ciencia cierta que el bicho puede desaparecer al completo, mediante una vacuna que todavía no existe, esa convivencia podríamos incluso estirarla.

Pero convivir no es compadrear, que es lo que venimos haciendo en no pocos casos. Abres el periódico y los convivientes nos topamos con un manojo de titulares que dicen: 'La Generalitat confina a 200.000 habitantes en Lleida; las pozas y playas fluviales se llenan de bañistas pese al riesgo; buscan a un inmigrante con coronavirus fugado del hospital de Santa Lucía...'. Para muestra, tres botones bastan. Por lo que vemos, el ciudadano está conviviendo con el virus lo que se dice a tope. Y ese convivir es tan alegre y confiado, que pronto transforma la convivencia en compadreo. (Dicho compadreo es, según la Academia, «entablar [o practicar] una amistad, en especial cuando se hace con fines ilícitos»). Esta es la cosa.

Como guinda del pastel leemos otro titular periodístico que, por contradictorio, denota a las claras su condición de oficial. Como de BOE, por así decirlo. Helo aquí: 'Crece la preocupación por el repunte de contagio, mientras el Gobierno llama a «no tener miedo»'. Algo de miedo me creo yo que sí conviene tener. Como con todo aquello que puede procurarnos algún daño.

De la convivencia al compadreo solo hay dos metros. Y resulta muy fácil superar ese trecho. Tal como están funcionando los repuntes, relajarse es temerario. La disciplina no suele ser plato de gusto. Sobre todo si te reúnes con los nietos, después de una temporada sin echarles la vista encima. Te entran ganas de darles lo que se llama achuchones. Los ves tan cerca, tan lozanos («tan ricos», como exclama la abuela), tan nietos... Y has de conformarte con darles un furtivo y disimulado roce.

El Gobierno aconseja que tengamos miedo, pero sin tener miedo. Es la manera de hablar (y de resolver) del Gobierno. Pero no solo del aquí vigente, sino de todos los gobiernos de este mundo.

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