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Los convivientes somos gente honrada

LA ZARABANDA ·

En cuanto al resto de los humanos está por ver

Jueves, 4 de febrero 2021, 00:46

Las autoridades de la pandemia, como son muy suyas, han sacado a relucir una palabra en desuso, como es conviviente. Para ejercer de tal no hace falta estudiar carrera. A convivir te enseña (o te desenseña) la vida. A excepción de ciertos casos raros, todos tenemos algo de convivientes. Aunque, como suele suceder, unos más que otros.

La importancia de ser conviviente tiene su mejor expresión en el hecho de que (en este tiempo de virus y botellones) solo se puede reunir en la calle un par de 'no convivientes'. Ni uno más. Ahora bien, tratándose de 'sí convivientes', se juntan doscientos cincuenta o trescientos, y la poli no puede decir ni mu.

–Es lo que tiene de bueno ser conviviente.

Desde luego. Claro que, en esta temática, no todo va de vino y rosas. El conviviente no necesita encontrarse por esos mundos con otro conviviente, por la sencilla razón de que lo tiene en casa. ¿Para qué va a salir a buscar un conviviente por ahí, arriesgándose a que lo atropelle un patín, pudiendo verse en el propio domicilio? Si mi mujer tiene que decirme algo, me lo dice en el saloncito que compartimos, no en el centro de la Plaza Circular. Eso es de cajón.

Ya he dicho (y se lo recuerdo ahora al lector) que solo dos no convivientes están autorizados a toparse por ahí. Si es que fueran tres, uno de ellos tendrá que apartarse varios metros. O ir a tomarse un café al bar más cercano, porque no quiera desgañitarse hablando a gritos con los otros no convivientes. Si optó por el cafelito (siempre que no haya otro no conviviente en la barra) tendrá que esperar a que se marche uno de los dos no convivientes con los que no pudo quedarse. Pero corre el riesgo de que esos que digo tiren cada uno por un lado, dejando al que esperaba en el establecimiento con dos palmos de narices.

Es lo que traen las pandemias. Por eso lo mejor que puedes hacer es que te vacunen de matute, de acuerdo con la tradición más española. Una vez que te han pinchado por segunda vez, ya quedas investido conviviente de todo el mundo.

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