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Lunes, 17 de diciembre 2018, 23:25
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La estadística es la estadística, pero yo no me acabo de creer eso de que seis de cada diez comensales masculinos estarían dispuestos a hacérselo con una compañera de trabajo, después de la comida navideña de empresa. Entre otras razones, porque la euforia sexual que producen los chupitos se compensa con la pesadez de las viandas sólidas.
Me voy a permitir aventurar que esas cifras las tengo por exageradas. Y más cuando nos quieren convencer de que -del sesenta por ciento que se prestaría a yacer- un veintisiete termina yaciendo.
-Y esa coyunda tipo CEOE-sindicatos horizontales, ¿tiene lugar el mismo día del ágape?
Pues la verdad es que lo ignoro, ya que el cronista no está allí alumbrando. Pero supongo que habrá de todo. Depende mucho de la intensidad del calentón.
Uno, que no era de piedra en su lejana juventud, comprende que la comida de empresa anime a salirse de madre. Por dos razones principales. La primera, que los comensales son compañeros y gozan, solo por ello, de una cierta confianza entre ellos. Y la otra, que en esas celebraciones se bebe un poco (o un mucho) más de las cuenta. La sobremesa resulta muy peligrosa, con los chupitos volando de una punta a otra de la mesa. Limonchelos, orujos, cubalibres, ginebras con tónica, whiskies y cremas de toda índole acaban poniendo al personal a mil por hora. Menos mal que el discurso de quien se atreva a largar unas palabras (casi siempre el patrono),mueve a una somnolencia que, desde la perspectiva sexual, es favorable a la abstinencia.
La estadística -como no tiene nada que perder- es tozuda. Afirma que el cincuenta y tres por ciento de las mujeres se ha besado con algún compañero de trabajo en la fiesta de Navidad. Y que, en el dieciocho por ciento de estos casos, acabaron teniendo sexo. Sigo siendo escéptico. Me parece que se confunden las ganas de chingar con las de fardar. Aunque reconozco que los enamoramientos platónicos entre compañeros y compañeras de trabajo, más el ambientillo de una comida bien regada con espirituosos, colocan a cualquiera en el disparadero.
Pero ya dice al adagio que del dicho al hecho hay mucho trecho.
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