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A la busca del wifi perdido

En las casas que lo tienen, el 'guateque pseudo' es un éxito

GARCÍA MARTÍNEZ

Lunes, 14 de octubre 2019, 21:55

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Hoy en día, los matrimonios con hijos en edad de merecer procuran tener coca-cola en la nevera. Hacen ese obligado acopio de refresco para cuando los amigos de sus chavales (y chavalas) decidan venir a casa. A estudiar, a ver la tele comunitariamente o al guatecón que, aunque parezca cosa de otro tiempo, todavía colea, bien que adoptando nuevos formatos. Antes, por ejemplo, había que agenciarse un pick-up y un manojo de discos. Hoy, en cambio, basta con echar mano del móvil, al que se la acopla un minibafle, y puedes disponer en la sala de estar de músicas procedentes de todo el mundo.

Claro que, en estos guateques de ahora, no hace falta que el baile sea la excusa para arrimarse, ¡je!, a las zagalicas. Lo normal es que no baile nadie y esas músicas que digo se queden como un mero adorno de fondo.

-Es una amenidad meramente ambiental, ¿no verdad?

Tiene mucha razón este caballero. El guateque de nuestro tiempo, que ni siquiera se llaman ya guateque, es otra historia. Hasta el punto de que, si alguien saca relucir: 'El humo ciega tus ojos' (la canción más sensata para bailar pegadicos), lo más probable será que lo expulsen de la reunión. Todo gira en torno al móvil en general y el Apple en particular.

Los chicos y las chicas ocupan sillones y sofás, una vez que han tomado buena nota del wifi y, enfrascados en su aparatico, se olvidan incluso del gin-tonic. Los padres pueden comprobar a sus anchas cómo se divierten los chavales, ya que estos no se dan cuenta de que los tienen delante de sus narices. Pero no vigilando, pues allí nadie dice una palabra más alta que otra, nadie baila agarrao, nadie consume botellón... Nadie se porta mal, joder, en el sentido que tenía portarse mal cuando Franco.

La madre de esta pacífica batalla es el wifi. Al entrar en la casa, los muchachuelos preguntan casi a coro y con una cierta ansiedad: '¿Hay wifi?'. En diciéndoles que sí, el hijo del amo (que es el que engorda el guateque) recita la estrambótica relación de signos que componen la clave.

Y ya todo es callada felicidad.

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