Los que dan
Hay dos grupos, dos categorías humanas: los que están habituados a dar y los que acostumbran a recibir
Hay dos tipos de personas: las que dan y las que reciben. Así de sencillo. Los 'givers' y los 'receivers'. Dos grupos, dos categorías humanas: ... los que están habituados a dar y los que acostumbran a recibir. Es cierto que cualquiera de nosotros puede ocupar ambas posiciones pero, en lo fundamental, somos una cosa o la otra.
Los que dan no abundan. Aunque a veces, simplemente, no reparamos en ellos. Pero, si volvemos ligeramente la cabeza, allí están, detrás de nosotros, a un paso. No se dan mucha importancia porque no necesitan ni siquiera el alimento de nuestro agradecimiento. Sólo quieren saber que estamos bien.
Los que dan ocupan siempre su rol al margen de la situación. Lo hacen de la misma forma en la amistad, en una relación o con la familia. Se ve mucho con los padres, que son una fuente inagotable de empeño por todo lo que nos sucede y por pelear contra todo aquello que pueda perturbarnos. Los hijos nos acostumbramos a recoger su energía inagotable dándola por sentado, como la gravedad que nos amarra al suelo. En muchas ocasiones, no nos damos cuenta de este caudal inmenso de amor hasta que tenemos a nuestros propios hijos. En ese momento, mucha gente comienza a ver a sus padres de otra forma.
Los que dan son cuidadores, atentos. Guardan en la memoria tus preferencias y gustos. Conocen tus propósitos
Puede ocurrir del mismo modo con las amistades. Todos tenemos este amigo que actúa como bisagra del grupo entero, como el pegamento imprescindible que da cohesión y sentido a todos los demás. Sin su entrega, probablemente las relaciones se empobrecerían o incluso desaparecerían.
También en las relaciones de pareja hay quien se acostumbra a dar y quien se acostumbra a recibir. Sin embargo, aquí las cosas funcionan de forma diferente. Porque en las relaciones de pareja es imprescindible la reciprocidad. Y, si no existe, el edificio se tambalea y acaba cayendo. Suele ocurrir, además, que el que da más tiende a ocupar el espacio que la otra persona no quiere o no puede ocupar. Es decir, intenta dar un poco más para compensar las carencias pero, en lugar de equilibrar la balanza, acaba por derribarla.
Los que dan son cuidadores, atentos. Guardan en la memoria tus preferencias y tus gustos. Saben cuál es tu talla de pantalón, tu ciudad favorita, quién te rompió el corazón. Les emociona tu risa, celebran tus éxitos como si fueran los suyos. Conocen tus propósitos y tus recuerdos, respetan tus límites, abrazan tus dudas, cuidan tus silencios y apagan tu ansiedad. Te socorren y te perdonan en tu nombre. Los que dan, siempre tienen una pregunta de vuelta hacia ti porque quieren saber quién eres y cómo estás, quieren sostenerte y proyectarte cuando estés preparado.
Decía Gary Chapan que existen cinco lenguajes del amor, como las cinco vías a través de las cuales ofrecer tu corazón a alguien. El primero son las palabras de afirmación, las palabras de afecto, de apoyo, de cariño. El segundo es el tiempo de calidad que le reservamos a esta persona, un tiempo sin prisas, confirmándole con nuestra presencia que no hay nada más importante que ese lugar y ese momento. Después, están los regalos, estos detalles materiales que pueden generar una ilusión concreta. También están los actos de servicio, prestar la ayuda para lo que sea necesario, en el día a día, cualquier cosa. Y, por último, está el contacto físico, el abrazo, la caricia, el beso.
Todos estos lenguajes del amor son buenos como una forma de entrega de alguien que da de forma auténtica, sin esperar gran cosa. A lo sumo, un poco de lo mismo. Pero hay personas que van más allá. No sólo practican uno de esos lenguajes, sino que hablan los cinco. Qué suerte quién recibe este amor pero, sobre todo, qué afortunado quien es capaz de entregarlo, de hablar esos cinco lenguajes con naturalidad, de entregarse sin contemplaciones hasta el agotamiento. Porque quien lo hace una vez podrá hacerlo más veces. No hay otro secreto.
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