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Supe que se había terminado el apagón porque los vecinos de mi calleja empezaron a aplaudir al grito de «viva España». Fue entonces cuando me ... empecé a preocupar. Fue entonces cuando se ensombreció de verdad mi noche. Aplaudían porque para mis vecinos que hubiese luz era una merced del Gobierno que nos hacía «volver más fuertes». Una medida de gracia del Poder. Eran los mismos que aplaudían a las ocho en los balcones durante la pandemia. Agradecidos de vivir encerrados como animales. Yo, por contra, quiero vivir en un país europeo que no aplaude a la electricidad.
Quiero vivir en un país desarrollado que se enfada porque las cosas normales, para los que mandan, no se consideren normales, y obligatorias, e inexcusables. Quiero un país donde cae el Gobierno tras algo así. Quiero un país donde pase algo gordo -o simplemente algo- después de un apagón, de esos que suceden con toda normalidad y resignación en Cuba.
En Cuba tampoco hay mayor enfado porque el país se apague y no funcione nada. Total, qué más da, nada hay por funcionar. Recuerdo un apagón en Cuba estando en un sitio francamente desaconsejable, malos mojitos y trampa para turistas pardillos, 'La Bodeguita de Enmedio'. Una noche negrísima. En la calle había un amago de carteristas reprimidos muy eficazmente por la policía. La policía cubana está acostumbrada a trabajar a oscuras, es su normalidad. Me pareció que lo que estaba perennemente a oscuras eran las ganas de rebelarse de la mayoría de la gente.
Al menos, eso sí, no aplaudían y vivaban a Cuba cuando volvió la luz gracias al Gobierno castrista. No se rebelaban, pero tampoco estaban agradecidos. Aquí sí estamos agradecidos, mi barrio al menos lo estuvo el pasado lunes. ¡Gracias, Gobierno! El Gobierno de aquí emplea las mismas frases que leí allí, en el 'Granma'.
Empezaremos a llamar a los apagones «períodos especiales» sin electricidad. Tiempo para conversar a la luz de las velas, de forma sostenible. Quien proteste es mal ciudadano, un agente de la reacción. Mi gato nada sabe de bajadas de tensión en todo el país. Estaba nerviosísimo, como si algo terrible e impalpable estuviera ocurriendo. En mi calle, la gente estuvo a punto de gritar, señalando a Europa, feliz: «¡que electrifiquen ellos!».
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