Huir del catastrofismo
LA RAMPA ·
Reflexiones a los 42 años del intento de golpe de Estado del 23-FCuando tienes la costumbre de mirar y leer la prensa y cuando, como ahora, internet te facilita echar un vistazo a casi todas las portadas ... de los diarios del mundo mundial no evitas sentir un leve escalofrío. Y si dentro de ese mundo mundial te detienes en algunos periódicos que se editan en la 'piel de toro', no terminas de explicarte cómo aún sobrevives. Difícil ecuación cuyas equis despejas al valorar la imposibilidad de que todos los días, incluidos los domingos y fiestas de guardar, las cosas estén tan malísimamente mal como barruntan esas portadas.
Hago esta simplista reflexión al hilo del día en el que escribo, 23-febrero-23, exactamente 42 años después del 'auténtico' 23-F en el que, entonces sí, los españoles estuvimos en el alambre de la incertidumbre. La fecha se nos quedó grabada. Yo la viví en mi querida Cartagena inquiriendo noticias y recibiendo respuestas vagas; con la radio emitiendo música solo interrumpida por la lectura del comunicado del teniente general Milans del Bosch, al que Adolfo Fernández Aguilar añadía un valiente «¡Viva la Constitución!», que aliviaba pero tampoco terminaba de tranquilizar; calles vacías que recorrí con mi llorado Pepe Monerri sin ver más luces que las del despacho de la Alcaldía, que Enrique Escudero mantuvo, así como la de la Capitanía General de la Zona Marítima, cuyo almirante, Muñoz Delgado, intuíamos que se resistía al cuartelazo. Durante el tránsito callejero, que de algún modo sorteaba el Bando de Milans, más que miedo en el cuerpo, sentíamos el ánimo encogido y vergüenza ante la posibilidad de una nueva asonada.
Hay muchos tipos de memoria, pero tal vez la más extraordinaria sea la sensorial, la que junto a las imágenes y palabras te devuelve sensaciones y sentimientos. Los que en estos momentos me asaltan son positivos. Las cosas no están tan mal. O tienen que de verdad ponerse muy mal, para que se arreglen. Fue precisamente el intento de golpe de Estado el punto de inflexión que sirvió para afianzar el actual sistema democrático español, que el gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo se encargó de consolidar.
La conclusión es clara: siempre hay cosas por hacer y arreglar, la escalera que lleva a la idealidad es interminable y a veces chocas en algún escalón, pero si te agarras a la baranda de la tolerancia, el tropiezo no termina en caída.
Abrazos.
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