Saudade (Oporto turistificado)
El éxodo hacia las afueras convirtió el lugar en un ejemplo de 'ciudad en forma de donut': vida en la periferia, abandono del centro
Gabriel López y Javier Ortega
Miércoles, 20 de agosto 2025, 00:13
Margarida tiene 65 años y vende bebidas frías en la puerta de su casa. Con un delantal, sin toldo ni más reclamos, ha instalado una ... mesa en el quicio donde atiende a los turistas que bajan camino de la Ribeira. Durante años trabajó como limpiadora, ahora debe completar con los euros del turismo su pensión insuficiente. Al terminar la jornada, su hijo le acompaña al supermercado para reponer lo vendido. ¿Y qué hace al terminar? «Nada, me voy directamente a la cama. Agotada».
En los últimos quince años, el centro de Oporto ha pasado de estar medio vacío a encontrarse saturado. No fue el turismo quien echó (primero) a la gente, el centro ya llevaba tiempo perdiendo población. El éxodo hacia las afueras convirtió la ciudad en un ejemplo de 'ciudad en forma de donut': vida en la periferia, abandono del centro. Y ese vacío fue aprovechado, había que rellenarlo con un decorado exclusivamente funcional para sus visitantes. A partir de 2010, Oporto se convirtió en destino deseado por el turista y deseoso de capital extranjero: los ecos del Patrimonio de la Humanidad, dos vuelos diarios 'low-cost', varios años como mejor destino europeo. Lo que antes eran casas de vecinos ahora son apartamentos turísticos. Nadie pasea a su perro por el centro.
Carlos es músico callejero. Uno de tantos de los que ponen banda sonora a la experiencia turística. Lleva 13 años tocando en la ciudad. Rua das Flores, estación de São Bento. Recuerda cuando apenas eran una docena de músicos repartidos por la ciudad. Hoy calcula que son cerca de 200. «Ahora hay tantos que es como si nadie escuchara». Oferta y demanda. Este año el ayuntamiento ha puesto en marcha un sistema de licencias para limitar dónde y cuántos artistas pueden actuar en el espacio público. Carlos lo celebra. Todos cantan versiones, nada de temas propios. Música de aeropuerto. «Hay uno que toca el 'Hallelujah' [Leonard Cohen] 10 veces seguidas. Incluso quien tiene una 'playlist' y hace como que toca».
Ese vacío fue aprovechado, había que rellenarlo con un decorado funcional para sus visitantes
Oporto no se ha llenado de habitantes, sino de usos nuevos. Las licencias de alojamientos turísticos se han disparado. En algunos barrios, hasta el 80 % del parque habitacional está vinculado al turismo. Como suele ocurrir con este fenómeno global, subieron los precios, desaparecieron comercios de barrio y aparecieron negocios pensados para quien está de paso. Un parque de atracciones para turistas que buscan lo auténtico pero se tropiezan con turistas que buscan lo auténtico. La extensión del 'duty free', no-lugares. En pocos años, la ciudad cambió de función; lo llaman 'gentrificación funcional': el centro se convierte en un producto. Se vende, se alquila, se embellece. No necesariamente en ese orden.
Jéssica tiene 28 años. Por las mañanas trabaja limpiando, por las tardes ayuda en el puesto de su madre. Paños, souvenirs, gorras, agua fría. Antes, también su abuela vendía por el barrio, en el puerto, pero la ciudad era otra. «Esto antes era un barrio», dice, «ahora es como un decorado». Señala los balcones sin ropa tendida, con macetas de plástico. Vender ahí no está permitido, y a veces las multan. Entre las vendedoras se avisan cuando ven llegar a la policía. Cuando eso pasa, Jéssica recoge lo más caro y se esconde en un almacén cercano que usa como trastienda. El espacio es curioso: dependencias anexas a una iglesia que fueron vendidas a un fondo inversor. Iban a convertirlo en alojamiento turístico, pero por dificultades de acceso el proyecto quedó paralizado. Ahora, Jéssica y su madre lo usan como almacén improvisado.
En el Jardim do Morro un chico brasileño vende croquetas de bacalao a tres euros. Gana un euro con cada venta. El parque, que hace años tenía fama de inseguro, se ha convertido en un mirador turístico donde no hay un banco libre al atardecer. Este chico compagina la venta de comida con sus estudios de Terapia Ocupacional en el Instituto Politécnico de Oporto. Asegura que lo suyo es «un trabajo honesto», que viene de una «cultura emprendedora». Explica que esta actividad, inserta en la ambigüedad de la economía informal, permite a otros compañeros migrantes justificar ingresos mínimos y así permanecer en el país.
En Oporto todo parece estar ocurriendo a la vez: turistas que llegan, vecinos que se van, negocios que aparecen, otros que resisten. Hay energía, hay actividad, hay dinero. También hay agotamiento y resignación. La ciudad se ofrece entera al visitante. ¿Cuánto queda de ciudad cuando todo en ella empieza a organizarse en función de quienes no se quedan?
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