No eres tú, es tu 'habitus'
El 'habitus' no es una elección consciente, sino algo que incorporamos a lo largo de nuestra vida, en la familia, en la escuela, en los espacios que frecuentamos
El sociólogo Pierre Bourdieu acuñó el término 'habitus' para referirse al conjunto de disposiciones, gustos y comportamientos que adquirimos en función de nuestra adscripción social ... y económica (de clase). Se trata de las preferencias culturales, maneras de hablar y estilos de vida que están profundamente influidos por el contexto social en el que hemos crecido. En este sentido, el 'habitus' no sería una elección consciente, sino algo que incorporamos a lo largo de nuestra vida, en la familia, en la escuela, en los espacios que frecuentamos. Es como un guion, una estructura naturalizada, que nos indica qué es lo adecuado y lo deseable, dependiendo de nuestro capital económico, social y cultural. Aunque el concepto de clase social ha perdido relevancia en el discurso contemporáneo, el 'habitus' me resulta una herramienta útil para entender cómo nuestros gustos, aficiones y estéticas están alineadas con el grupo poblacional al que pertenecemos.
En la primera infancia, el 'habitus' parece jugar un papel secundario, ya que en el patio del colegio las amistades surgen por afinidades espontáneas más que por el contexto social de cada niño. Sin embargo, si bien la dimensión lúdica es predominante en estas primeras edades, el 'habitus' opera de manera latente, influyendo en quiénes se agrupan en función de hábitos compartidos. Las actividades extraescolares, vacaciones en el extranjero o el uso de ropa de marca empiezan a marcar sutiles diferencias que anticipan patrones de consumo cultural y de socialización que se consolidarán con el tiempo. Recuerdo las primeras visitas a casas de amigos donde identificaba productos en el frigorífico, ausencias y excesos estéticos que ya en mi cabeza marcaban diferencias ontológicas, más allá de que mi madre no comprara coca-cola ni me pusiera mantequilla en los bocadillos.
El 'habitus' actúa en dos tiempos o, más bien, necesitará de dos presupuestos: estructura y capacidad de percibirlo (y reproducirlo). En este sentido, la estructura familiar es un condicionante, pero lo definitivo será la porosidad de cada individuo para identificarlo, aceptarlo y reproducirlo. Así, dos hermanos expuestos al mismo ecosistema familiar pueden evolucionar de manera distinta: uno asumiendo aficiones de los padres como parte de su identidad y otro rechazándolas o sencillamente sin encontrar afinidad. Del mismo modo, personas de orígenes sociales distintos pueden generar una amistad profunda si comparten una misma estética, unos mismos códigos culturales que, en ocasiones, son más determinantes que la clase de origen.
El fuste de recurrir al concepto de 'habitus' estará en observar las grietas y tirabuzones que explican cómo se le añaden gustos y afinidades según ocupamos espacios profesionales y personales que requieran de nuevas adscripciones socioeconómicas y culturales. Así, el 'habitus' no sólo reflejará las condiciones sociales de origen, también actúa como un mecanismo que perpetúa o desafía la reproducción social. Las prácticas estéticas y aficiones incorporadas son clave en este proceso: mientras algunos las adaptan para facilitar la movilidad social (jugar al pádel los miércoles con los compañeros de departamento), otros las reproducen entre pares (llevar a tus hijos a ver al equipo de fútbol al que te aficionó tu padre). En este juego de apropiaciones y resistencias, el 'habitus' no es estático, sino que se transforma en función de los contextos y estrategias individuales. Así, más que un reflejo de clases, opera como un campo de negociación donde se cruzan aspiraciones, trayectorias y oportunidades.
Pensemos en alguien que ha crecido en un entorno de clase trabajadora/media y que accede, mediante estudios universitarios y una posterior inserción laboral, a un contexto de mayor prestigio social. Este proceso irá acompañado de un ajuste en sus consumos culturales, en sus hábitos de ocio, incluso en su forma de expresarse. La elección de restaurantes, la manera en que se viste, los destinos de vacaciones y hasta el tipo de humor que comparte con su nuevo entorno podrán indicar esta transformación. En este tránsito, lo interesante es observar no sólo cómo alguien adopta códigos nuevos, sino también qué elementos de su 'habitus' inicial mantiene, resignifica o, en ocasiones, oculta.
Por lo tanto, el 'habitus' no solo moldea nuestras preferencias, también se convierte en un producto de mercado. Un Frankenstein que podemos construir incorporando productos y servicios que facilitan nuestra diplomacia cultural. La necesidad de encajar en determinados círculos sociales genera un consumo dirigido no tanto a la funcionalidad del objeto o servicio adquiridos, sino a su capacidad de señalar pertenencia. Así, el gusto por el vino, la afición al esquí o la práctica del yoga no son meros intereses personales, sino signos visibles de una identidad social construida estratégicamente. En este proceso de sofisticación, la utilidad simbólica de un gusto supera su propósito original: no basta con ser, hay que parecer, y en esa apariencia se juega la integración.
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