La Fiscalía soy yo, Dolores
APUNTES DESDE LA BASTILLA ·
Nunca la Fiscalía ha estado tan desprestigiada. Para ello han hecho falta dos personas: Sánchez, con su discurso versallesco; y Delgado, con sus declaraciones¿La Fiscalía de quién depende?, preguntó el otrora presidente en funciones Sánchez en RNE, sacando a relucir su faceta periodística. Corría el año 2019 ... y era él quien hacía las preguntas al entrevistador, en un giro de los acontecimientos, ante el patidifuso periodista, tal vez hoy ya purgado. El pobre hombre balbuceó una afirmación sibilina. Sí, sí, del Gobierno. Y Sánchez zanjó triunfante la cuestión. Pues ya está, como quien tira una servilleta en la barra de un bar tras haber ahogado su argumento en un culo de whisky. Ya está, querido pueblo español. El Estado soy yo. España no es más que un espejo cortado a mi medida, pensaría. Eran otros tiempos, claro. Él estaba arriba en las encuestas y la confianza demoscópica le hacía prometer como bandolero patrio que traería a Puigdemont de vuelta para sentarlo en el banquillo de los acusados. Tres años después, no es que Puigdemont siga con su gira de estrella de novela de Dumas, sino que la totalidad de los condenados en el juicio por el golpe a la Constitución en el Parlamento catalán han sido indultados. ¿Por qué? La respuesta alberga pocas dudas y todas pasan por Luis XIV, me temo.
La fiscal general del Estado ha dimitido. Lo hace en un verano tórrido, una época estival de guerras floridas. El presidente saca a relucir su guadaña y prepara cambios en su partido y en los principales organismos del Estado. Hay que seguir sacando conejos de la chistera, ilusionando a un ciudadano que se gasta medio sueldo en llenar el depósito de gasolina y una tajada de melón. Antes fue Adriana Lastra, cuyos motivos para la dimisión no voy a cuestionar, aunque ojalá ni una sola mujer en España deba dejar su trabajo por un embarazo, por muy peligroso que este sea. Otros puestos se están vaciando sin que nadie ocupe el sillón. Que se lo digan a Escrivá, al que la lista de secretarios de Estado que han renunciado es tan larga como la sombra de la sospecha. El Gobierno se desmorona, pero los problemas de la gente siguen ahí, como el dinosaurio de Monterroso. El castillo de arena se derrumba y llegará a ser borrado por las olas. Y no por el cambio climático, precisamente.
Dolores Delgado fue escogida entre los grandes de este país para ser ministra de Justicia. Duró año y medio. Se la veía contenta en el escaño. Tildó a todo lo que se movía a la derecha del PSOE, aunque fuese un centímetro, de extrema derecha. El famoso fascismo aplicable al enemigo. Adoptó el estilo de moda en el Parlamento, utilizado por todo el espectro político: la dialéctica del insulto y del eslogan. Y llegaron las elecciones tan anheladas. Delgado había cambiado la toga por el mitín. Y le gustó el nuevo disfraz. Recorrió media España animando en los micrófonos a votar a su partido, porque también le iba el sueldo en ello. Ganó el PSOE y formó gobierno con Podemos. Pero su viejo puesto en el Ministerio de Justicia no le estaba esperando. Para ella había otras puertas abiertas, giratorias, otros palacios de poder más jugosos. La nombraron fiscal general del Estado. Pasó en apenas unas horas del mitin a la toga, ese viaje de regreso a la institución, a la formalidad de las leyes, un trayecto a la semilla de la decencia. Pero de esto ya no quedaba en Dolores Delgado. El ciudadano está demasiado acostumbrado a las personas que se mueven como Tarzán, de una liana a otra, asegurándose de coger una rama antes de soltar la mano.
Nunca antes la Fiscalía ha estado tan desprestigiada. Para ello han hecho falta dos personas. Pedro Sánchez, con su discurso versallesco; y Dolores Delgado, con su historial de declaraciones, tan horripilantes para alguien que debiera ser modelo de pulcritud, que ni el propio poder judicial se podía creer su nombramiento. España ha soportado un desprestigio sideral teniendo a Dolores Delgado de fiscal general del Estado durante estos años. Hablamos de una mujer que se reunía con Villarejo en una comida distendida, que afirmaba que el hecho de que este montase un prostíbulo para sacar información era un negocio redondo, o comentaba que magistrados de la Audiencia Nacional frecuentaban prostitutas menores de edad en Colombia, sin denunciarlo. Estas simples 'anécdotas' bastarían, en esta España nuestra, para deshabilitar no a un alto grado de la magistratura, sino a un empleado de supermercado.
Así ha sido el paso de Dolores Delgado por las instituciones que ha representado. La sospecha siempre ha rodeado sus decisiones, muchas de ellas favorables a los intereses de Sánchez, como la negativa a investigar al Gobierno sobre la gestión de la pandemia, o la de no apoyar al juez Llarena en su persecución a Puigdemont, o la insistencia con imputar al rey Juan Carlos. Estoy seguro de que ahora le esperan otros negocios también suculentos, a medio camino entre la toga y el mitín. Sin soltar la mano antes de coger la liana.
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